
A comienzos de la década de 1970 nació en Francia –y casi al mismo tiempo en España– una competición única: el 2CV Cross, conocido en España como Pop Cross. Una cita a caballo entre el márketing, el rallycross y pura fiesta para el disfrute de los aficionados, con el ya icónico Citroën 2CV como protagonista.
Con circuitos de tierra y barro, modificaciones mínimas en los coches para una igualdad de condiciones entre pilotos y una atmósfera inigualable, estas curiosas carreras pronto se convirtieron en el punto de encuentro de familias, jóvenes pilotos y amantes del motor. Aunque el 2CV Cross ha ido evolucionando a lo largo de los años, hoy aún perdura su espíritu de camaradería y pasión entre participantes y aficionados.
Qué es y en qué consiste el Pop Cross: una idea tan revolucionaria como genial
En 1972 la marca del doble chevron organizó en Le Pêchereau (Francia) una carrera en un circuito de tierra en la que sólo podían inscribirse ciertos modelos de coche: Citroën 2CV, Dyane o Mehari que estuvieran prácticamente de serie. Además, los pilotos no podían tener más de 30 años.
La publicidad del primer campeonato decía: “Una aventura nueva por el precio de un coche usado. Un Citroën 2CV, o una furgoneta, o un Mehari, o un Dyane 6, unos cuantos elementos de protección, un carnet de conducir expedido hace más de un año; una cierta dosis de valor y el compromiso de respetar el reglamento es todo lo que necesitas para solicitar la inscripción del I Pop Cross de España”, rezaba el anuncio, como recogía el número de febrero de 2018 de Motor Clásico.
Las instalaciones del circuito, los boxes y la torre de control, se montaban en cada carrera y el trazado tenía alrededor de un kilómetro de longitud. Entre los requisitos para participar, que se vigilaban de cerca por parte de la organización, los coches debían despojarse de lo “no esencial” y llevar elementos de protección específicos para cada modelo.
Estos consistían básicamente en un arco de seguridad debidamente anclado en el 2 CV y en el Dyane 6, o dos arcos en el Mehari. Al ser algo tan simple, los concesionarios podían hacer la preparación o incluso vender un coche ya preparado para una Pop Cross por 25.000 pesetas de la época. Pero dicen que “una imagen vale más que mil palabras” y para hacerse una idea de cómo eran el 2CV Cross o el Citroën Pop Cross lo mejor es verlo:
El vídeo, firmado por el ‘Centro Documentazione Storica’ de Citroën y filmado en julio de 1972 en la localidad francesa de Argenton-sur-Creuse, es una ventana única a la época. Casi como una cápsula del tiempo.
Durante 12 minutos que se hacen cortos, las imágenes capturan el fervor de la competición, con arrancadas frenéticas, duelos ‘cuerpo a cuerpo’ y la mezcla de público: familias, jóvenes amantes de las carreras y fiesteros, todos unidos por la pasión por el motor. Sin duda, un vídeo que casi transmite olor a gasolina y a cigarrillos Gauloises.
La competición: más que una carrera, una fiesta para vivir el motor
En cuanto a la publicidad que le daban a la marca las carreras de 2CV Cross o Pop Cross, la apuesta era sencilla: transformar una simple prueba de tierra en una aventura accesible, donde la igualdad de condiciones de los coches permitiera que se luciera el talento del piloto.
Además, el público acogió la competición como una forma de trasladar a Europa raids reservados a esos coches, como el París-Kabul de 1970 o el París-Persépolis de 1971 desde la primera carrera. El proyecto tuvo tanto éxito que en 1974 se lanzó el primer campeonato en Francia y, casi al mismo tiempo, en España.
La idea de traer el 2CV Cross a nuestro país surgió en el departamento de marketing de Citroën España, que buscaba modernizar la imagen del 2CV, tradicionalmente asociado a un vehículo de agricultores y mayores.
Uno de los responsables de este movimiento fue José María Barroso, quien contaba muchos de los detalles en una entrevista para Motor Clásico, que puedes leer al completo en el número de febrero de 2018. “Teníamos que darle un aspecto joven a un vehículo que era de agricultores y mayores. Igual que se hacían los anuncios de televisión con gente encantadora, se nos ocurrió hacer carreras con este coche”.
La esencia del Pop Cross reside en la fusión de deporte y espectáculo. Las carreras, en ocasiones más parecidas a festivales que a competiciones puras, llegaron a congregar hasta 60.000 espectadores, transformando cada evento en una auténtica fiesta.
Con un espíritu desenfadado que compartían con las “24 Hours de Lemons” –una competición estadounidense de resistencia con coches baratos de segunda mano que premia el ingenio– estas pruebas apostaron por la igualdad en la competición, permitiendo únicamente cambios mínimos en la mecánica, como la posibilidad de intercambiar carburadores entre modelos.
Pepín Álvarez, veterano piloto que participó en estas competiciones, rememoraba sus inicios en su entrevista con Motor Clásico: “Empecé en el año 74, en el Jarama, y desde entonces el Pop Cross me enganchó. El 75 fue el año en el que conseguí el campeonato Ibérico, y lo mejor de todo es que, a pesar de la potencia limitada de estos coches, la conducción era muy técnica y divertida”.
Había dos categorías: motores de 425 y de 602 cc. Lo único permitido en el motor era el escape libre. “La potencia de estos vehículos está muy limitada y, de hecho, está muy controlada por los reglamentos”, comenta Pepín en la entrevista.
Con el tiempo, la iniciativa se expandió por Europa, abarcando circuitos en Portugal, Austria, Francia e Italia. Así, lo que empezó como una estrategia de marketing se transformó en un evento cada vez más evolucionado y de gran trascendencia en el mundo de las carreras de coches clásicos. De hecho, en la actualidad se siguen celebrando en Francia cada año.
El Citroën 2CV: Más que un Coche, una Leyenda de la Automoción
El protagonista indiscutible de esta competición es el Citroën 2CV, un vehículo que nació en 1948 con la misión de motorizar a la población rural. Con un diseño revolucionario –algunos lo describían como “cuatro ruedas debajo de un paraguas”– y una mecánica sencilla, el 2CV acabó haciéndose su lugar en la historia del automóvil.
Con más de 42 años de producción y cinco millones de unidades vendidas, era una obra maestra del diseño minimalista: barato, sencillo, funcional y se podía arreglar con un martillo en caso de que hiciera falta (que no era muy a menudo). A lo largo de los años, los motores oscilaron entre 375 cc y 602 cc, todos ellos bóxer refrigerados por aire y acoplados a cajas de cambios de cuatro velocidades.
No era rápido, pero sí innovador para su época. Y es que el 2CV presentaba características que hoy en día se valoran como auténticas obras de ingeniería: una suspensión avanzada, su corazón bóxer y una tracción delantera diseñada para ser accesible y fácil de conducir incluso para quienes no tenían experiencia al volante.
Citroën arriesgó y triunfó, y fue necesario el peso de las fuerzas del mercado moderno y las estrictas normativas para acabar con él. El último 2CV salió de la línea de producción portuguesa el 27 de julio de 1990.
Imágenes | Citroën, Patrick Jarnoux vía MT, ‘Centro Documentazione Storica’ de Citroën