Rusia dio con la clave para llevar energía barata a zonas aisladas. Ahora hay cientos de baterías atómicas mortales abandonadas
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Rusia dio con la clave para llevar energía barata a zonas aisladas. Ahora hay cientos de baterías atómicas mortales abandonadas

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Energía nuclear y no invertir lo suficiente nunca deberían ir de la mano. El gran ejemplo lo encontramos en la URSS, con el terrorífico accidente de Chernóbil​ como epicentro: el reactor cuatro de la famosa planta térmica carecía de edificio de contención. Y para su construcción utilizaron algunos materiales baratos, otro añadido a la cadena de errores que causaron su explosión. Las nefastas consecuencias, con toneladas de material radioactivo liberadas, ya las conocemos.

Pero además, la URSS también recurrió a la nuclear para generar energía a menor escala: lo hizo con los denominados generadores RTG, que asimismo utilizan combustible radiactivo. Como en el caso de los reactores RBMK, para su fabricación, intentaron ajustar al máximo los costes. Y se instalaron miles a lo largo de Rusia y otras repúblicas socialistas, quedando abandonados a su suerte tras desaparecer la Unión Soviética.

Esta especie de baterías atómicas han causado varios incidentes. Y pese a que muchos se han desmantelado, se estima que cientos de estos RTG que pueden ser extremadamente radiactivos, aún están desperdigados por Rusia y otros países antes pertenecientes a la URSS.

¿Qué es un generador RTG?

Generador RTG soviético
Uno de los generadores RTG BMT-M soviéticos, parcialmente desguazado.

Los generadores termoeléctricos de radioisótopos o RTG por sus siglas en inglés (Radioisotope Thermoelectric Generator) tienen como esencial virtud que pueden generar energía eléctrica durante décadas de forma autónoma, sin tener que insuflarles combustible alguno. Por ello han sido, y son, utilizados para suministrar energía a equipos o instalaciones de difícil acceso, o bien para la exploración espacial.

No fue la URSS la primera en desarrollar este tipo de baterías nucleares, sino EE.UU., durante la década de los 50. No obstante, la Unión Soviética replicó esta fuente de energía e instaló miles de estos generadores en su costa ártica, los de tipo Beta-M. ¿Su objetivo? Surtir de energía a faros o balizas de radionavegación, entre otras instalaciones.

Tras la caída del Telón de Acero, con el fin de la URSS, muchas de estas instalaciones, y los RTG, quedaron sin control alguno. Y por ello fueron susceptibles de ser saqueados y destrozados por chatarreros para aprovechar y revender sus materiales. Cosa que ha ocurrido con funestas consecuencias.

Esquema de generador RTG
Esquema de generador RTG del tipo Beta-M

¿Cómo funciona esta batería atómica? Un generador RTG no produce electricidad mediante fisión como un reactor, sino a través del calor generado por la desintegración de un isótopo radiactivo. Para ello se valen de termopares, que convierten dicho calor en energía eléctrica.

Así, como en un reactor, el combustible utilizado en las células nucleares de estas baterías es radiactivo, siendo el más recurrente el plutonio-238. Por ejemplo, ha sido el utilizado por la NASA para alimentar los RTG que mantienen operativos a los pequeños rover autónomos de exploración planetaria, como el Perseverance o el Curiosity.

Pero en el caso de los RTG soviéticos, se recurrió a elementos más baratos, pero también más radiactivos derivados de la fisión nuclear. Es decir, resultantes en desechos radiactivos de un reactor, como el estroncio-90 o el cesio-137. Su vida útil, antes de desintegrarse por completo, ronda los 30 años.

Lector de radioactividad

No tiene los riesgos de un reactor nuclear, pero puede emitir mucha radioactividad. Al aprovechar el proceso natural de desintegración radiactiva, y no una reacción controlada de fisión atómica, estos generadores nucleares no tienen riesgo de explosión o de fusión de su núcleo como el reactor de una central térmica.

Sin embargo, los RTG sí son susceptibles de riesgo radiológico si no se manipulan correctamente. Y es que si bien el combustible radiactivo se almacena en unidades modulares individuales con su propio blindaje, y a su vez las baterías van blindadas por cobertores exteriores, si se desguazan y extraen las unidades de combustible, supone dejar expuestos estos materiales radiactivos.

Así, si esto ocurre, pueden ser altamente contaminantes y además generar elevados índices de radiación. Tanto, como para provocar el temido síndrome de irradiación aguda que ocasiona secuelas irreparables en el mejor de los casos y, en el peor, la muerte.

Pero que estas baterías nucleares campen parcialmente abiertas o desguazadas, si están cerca de zonas habitadas, también pueden ocasionar enfermedades derivadas de la exposición a la radiación continuada. Como cáncer o posibles malformaciones genéticas. En el propio caso del accidente de Chernóbil, con los residentes de la zona de exclusión, tenemos el ejemplo. Y asimismo, en otros desastres nucleares, como el de Three Mile Island en Pensilvania (EE.UU.).

El peligro de los RTG abandonados: su radiación puede ser mortal

Un total 1.007 generadores RTG se instalaron en la URSS durante los años 70 y 80, según ha confirmado la corporación estatal de energía nuclear rusa (Rosatom) y que constata la Agencia Internacional de Energía Atómica (IAEA).

Muchos en faros de la mencionada costa ártica rusa, pero igualmente en países como por ejemplo Georgia, donde varias de estas baterías atómicas han provocado accidentes radiológicos. O más bien sus células de combustible, tras ser expuestas por la extracción ilegal de sus piezas.

La "hoguera atómica": el caso de los leñadores georgianos. El más conocido tuvo lugar en diciembre de 2001, cuando tres leñadores de la región de Lia se toparon con dos núcleos extraídos de baterías RTG, que se estima pertenecían a los generadores que se instalaron en la central hidroeléctrica del río Inguri, ubicada entre Georgia y Abjasia.

A sus ojos, eran una suerte de vasijas metálicas de unos 10 cm de alto y 15 cm de diámetro. Les llamaron la atención porque donde descansaban había un cerco sin nieve alguna. Al tocarlas, apreciaron que estaban muy calientes.

Dado que se vieron en la obligación de pernoctar allí al echarse la noche encima, los utilizaron como calefactores: los cogieron, los juntaron y acamparon a su alrededor. Y cenaron al calor. Radiactivo, pero calor.

Núcleos de generadores RTG

Pasadas unas tres horas, comenzaron a sentir nauseas, mareos e incluso a vomitar. Pero a pesar de ello, no se alejaron de estos dispositivos metálicos, sino que los colocaron muy cerca de su cuerpo, a pocos centímetros, para combatir el frío de la gélida noche mientras dormían. Para colmo, al despertar al día siguiente, dos de ellos transportaron estas células atadas a su espalda, sin protección alguna.

Días más tarde, en manos, espalda o incluso la boca, les surgieron llagas y quemaduras inusuales. Tras ser trasladados al hospital, se les diagnosticó síndrome de radiación aguda. Y es que estas dos fuentes, como se comprobó al desmantelarlas tras el incidente, contenían cada una alrededor de 30.000 curios (Ci) de estroncio-90.

Los dos leñadores que las llevaron a su espalda fueron los peor parados. Uno murió tras más de dos años ingresado y aislado, por complicaciones varias: la quemadura radiactiva de su espalda no respondió a tratamiento alguno. El otro, si bien sobrevivió, estuvo hospitalizado años y tuvo que someterse a complicadas intervenciones quirúrgicas con injertos de piel. Al tercero le dieron el alta pasado un año.

En zonas urbanas y hasta en casas. Este caso se suma a otros seis documentados por la IAEA, varios asimismo en Georgia: por ejemplo en 2002, tres pastores se expusieron a elevadas dosis de radiación tras tropezar con un generador RTG en un bosque. E igualmente, se han encontrado núcleos de estas baterías extraídos cerca de faros soviéticos. Uno de ellos acabó en el mar Báltico, aunque fue recuperado.

Y no sólo en zonas recónditas: en 1999, se encontró una de estas baterías destrozada por chatarreros en una parada de autobús de la ciudad de Kingisepp (cerca de San Petesburgo), con su pila expuesta. También en poblaciones: en el mismo artículo la IAEA menciona otro núcleo de RTG, enterrado bajo tierra, después de que, se entiende, robaran partes de la batería.

Y otra de estas células se halló en una casa abandonada, dentro de una lata en un banco de herramientas. Pero el hogar adosado a esta vivienda sí estaba habitado: sólo una delgada pared de madera lo separaba del dormitorio del matrimonio que allí vivía.

Centenares de estas baterías atómicas, sin desmantelar

Si bien Rusia lleva años desmantelando estos generadores RTG, han estado años abandonados expuestos a ser desguazados para aprovechar sus metales. Y además, la tarea está siendo lenta. Primero, porque es complicado dar con ellos, ya que sus componentes han podido ser robados y por tanto esparcidos lejos de su ubicación original. Y segundo, por el riesgo que conlleva la recogida de estos dispositivos o sus células de combustible.

Sirve como ejemplo este vídeo con la recogida de varios de estos núcleos, con operarios turnándose en tandas de unos pocos segundos para minimizar la exposición a la radiación.

Estas tareas han contado con ayuda internacional: por ejemplo Noruega invirtió 150 millones de euros para este desmantelamiento, aportando además efectivos en el plan de descontaminación de estas baterías en la península de Kola. No obstante, Rusia paró todas las operaciones en 2014 por el estallido del primer conflicto entre Rusia y Ucrania, en la península de Crimea.

En cuanto al número actual de estos generadores abandonados, y sus posibles células expuestas, se desconoce la cantidad exacta. Como es habitual en estos casos, la transparencia gubernamental brilla por su ausencia.

Por datos oficiales, sabemos que poco más de 1.000 de estas baterías fueron instaladas. Y la propia Rosatom señaló que en 2006 tras su lento desmantelamiento (acelerada por los incidentes en Georgia) se cifraban en 651, de las cuales 300 estaban en territorio Georgiano. En 2014 sólo quedaban 16 operativos y se entiende que por tanto controlados.

Pero los abandonados aún no han sido retirados por completo: en el caso de los ubicados en faros, la entidad nuclear rusa confirmó que, en 2020, el 98,8 % de estos generadores ya no estaban operativos, pero que sólo el 86 % había sido desmantelado.

Además, dado que otras instalaciones también operaban con estas baterías atómicas, hablamos de que posiblemente centenares aún están dispersos por territorio ruso y ex repúblicas soviéticas. Y la vigente guerra entre Rusia y Ucrania igualmente está demorando aún más su retirada.

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