Irene Mendoza
La que para muchos era ya la “autovía eterna a Logroño” ha dado por fin un paso decisivo. El Ministerio de Transportes ha abierto al tráfico los 4,9 km de la A-68 entre Mallén (Zaragoza) y Cortes (Navarra), un tramo pequeño en mapa pero enorme en impacto, pues completa la conexión por autovía entre Zaragoza y Tudela y pone fin a más de veinte años de obras, parones, trámites y frustración… pero no del todo.
Aunque la arteria principal de la autovía ya está lista, varios accesos clave siguen a medias y los vecinos de Mallén, que conocen mejor que nadie la antigua N-232 y su historial negro de accidentes, reclaman que la autovía no se dé por completada mientras sigan existiendo puntos peligrosos.
Una autovía que llega más de 20 años tarde, y sin terminar del todo
La apertura del tramo Mallén–Cortes de la A-68 une por fin las dos piezas que llevaban años funcionando por separado: el tramo Gallur–Mallén, inaugurado en 2022, y estos casi 5 km nuevos. En total, son 15 km que transforman uno de los tramos más conflictivos de la antigua N-232: una carretera que registró 116 muertes desde 1998 y por la que cada día circulan más de 5.500 camiones según los datos del Heraldo de Aragón.
El nuevo segmento cuenta con dos carriles por sentido, arcenes amplios, enlaces renovados y una glorieta diseñada para aliviar el tráfico pesado en la conexión con la AP-68. También se han construido ocho nuevas estructuras, entre ellas tres puentes sobre el río Huecha, y una pasarela que garantiza la continuidad del Camino Jacobeo del Ebro.
Entre los vecinos del Campo de Borja la sensación es, por una parte, de alivio por la apertura… y por otra, de malestar, porque los accesos no llegan a tiempo y no puede decirse que la obra eterna esté acabada del todo. De hecho, el Ayuntamiento de Mallén denunció días antes de la inauguración que algunas rotondas estaban incompletas, que faltan conexiones básicas hacia Borja y que ciertos giros obligan a los camiones a maniobrar con poca visibilidad e invadiendo el carril contrario.
Y esto no viene de hoy. En los últimos años se han producido varios accidentes de camiones en estos puntos y muchos vecinos temen que el aumento de tráfico tras la apertura empeore su situación mientras los accesos siguen a medio hacer.
Una obra que sirve de espejo para otras autovías eternas del norte
El caso de la A-68 no es aislado. La A-12 (la Autovía del Camino) sigue encallada en la provincia de Burgos, donde, 25 años después de su planificación inicial, no se ha inaugurado ni un solo kilómetro. Allí, los proyectos han caducado, se han multiplicado las alegaciones administrativas y los costes han crecido hasta convertir la obra en un símbolo de frustración para municipios como Belorado, Santo Domingo de la Calzada o Ibeas de Juarros.
Así, mientras la Ribera Alta del Ebro ya celebra un corredor continuo entre Zaragoza y Navarra, otras zonas del norte siguen atrapadas en carreteras saturadas y peligrosas, con un tráfico pesado que atraviesa cascos urbanos donde los vecinos sienten que el tiempo se ha detenido.
Con el tramo Mallén–Cortes ya en servicio, la A-68 se consolida como un eje esencial para el transporte entre el Mediterráneo y la cornisa Cantábrica. Para Aragón es un impulso logístico, para Navarra una conexión directa con Zaragoza y para La Rioja una pieza más en la mejora de su conectividad hacia Burgos y el resto del país.
Las medidas ambientales, la nueva pasarela, las vías de servicio y la remodelación de enlaces completan una obra que por fin tiene aspecto de autovía moderna. Pero la sensación general sigue siendo que llega tarde y que aún quedan deberes importantes por hacer fuera del trazado principal. Aunque ya esté abierta, la historia de “la autovía eterna” no terminará hasta que se resuelvan los accesos y los puntos pendientes.
Imágenes | Ministerio de Transportes
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