Del desguace a pasar la ITV: el pasatiempo de arreglar los coches que nadie quiere en el garaje de casa
Tuning y preparaciones

Del desguace a pasar la ITV: el pasatiempo de arreglar los coches que nadie quiere en el garaje de casa

La pasión por los coches es un requisito básico que probablemente una a la gran mayoría de lectores de Motorpasión pero, como en todo, en esto también hay niveles. Superar el del personaje que os traemos hoy es realmente complicado. Se llama Alejandro Regalado, es ingeniero mecánico y restaura coches antiguos por diversión.

Con una barba a lo Gas Monkey, Alejandro nos recibe en su peculiar garaje, que tiene dividido entre Villaviciosa de Odón (Madrid) donde trabaja y Montijo (Badajoz) donde vive, aunque solo sea los fines de semana. Echando un simple vistazo ya podemos encontrar varios coches que son mayores que él.

Un Seat 600, un Jaguar XJR, un BMW E30 y un Mazda NB2 han pasado por su garaje

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"Es que yo con 11 años ya conducía, siempre por el campo, eso sí", cuenta para justificar su inevitable pasión por los coches. Alejandro es nieto de taxista y camionero, siempre ha tenido la mecánica presente en su vida: "Mis padres dicen que de pequeño rompía todos los coches de juguetes para ver cómo estaban hechos".

Entrando en el garaje, el coche que más impresiona de primeras es un impoluto SEAT 600. Mientras admiramos ese vestigio de otra época de la automoción, Alejandro dice: "Tuve la pieza base del motor de ese coche cogida con la mano. Todo el bloque del motor estaba encima de la mesa, no había una pieza unida a otra".

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La familia materna de Alejandro compró el 600 en 1971, pero después de 134.000 kilómetros lo abandonaron por un Seat Ibiza. 17 años estuvo el coche parado en un cobertizo. Mecánicos experimentados le dijeron que se olvidase de él, pero Alejandro, que solo era un estudiante, se propuso una meta personal: "Este coche tiene que arrancar algún día".

Tenía cientos de agujeros en el suelo, uno de ellos inmenso en la zona delantera que dejaba ver una rata petrificada. Algunas válvulas estaban oxidadas, los conductos de agua directamente estaban obstruidos de tanto óxido. "Se había abandonado con todos los fluidos, así que tuve que meter el destornillador por cada recoveco para quitar todo el óxido que pude".

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"El bloque del motor sigue siendo el original, no tiene ni un rectificado de cilindros. El radiador es el de fábrica, hasta le puse la misma brida", relata Alejandro. Lo único que tiene cambiado son los segmentos, los casquillos y alguna válvula: "solo las piezas de fricción del motor, las que se desgastan". También los frenos son nuevos.

A nivel de acabados, también hubo que cambiar los asientos delanteros. Los cinturones de seguridad "por la época no eran obligatorios, así que se los compró y puso mi madre ya en la época". Ahora el coche pasa la ITV cada año y Alejandro lo utiliza para llevar a los novios en bodas de amigos y familiares.

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No es el único coche del garaje que tiene una historia curiosa detrás. El morro del inmenso Jaguar XJR destaca sobre los demás. No solo por su tamaño, sino por su señorío. Se trata de un coche automático de cuatro marchas y 324 CV, "aunque yo creo que por el camino hasta llegar a mis manos se ha quedado en 24", bromea.

Es exactamente el mismo coche que fue portada de la revista Automóvil en su número 204. No el mismo modelo, el mismo coche. "Un amigo que colecciona estas revistas lo descubrió y me regaló la revista física". Es una edición de 1995, un año después del estreno de este Jaguar XJR, la versión deportiva del XJ6.

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"Lo compré por cerca de 4.000 euros y no lo vendo por menos de 15.000", dice entre risas. El Jaguar XJR está siendo su gran quebradero de cabeza, aunque cuando le pregunto si es el coche que le ha ganado me rectifica: "Es el coche que me está ganando. Hasta que me jubile o me muera todavía queda tiempo".

Tenía los colectores rajados, así que no pasaba la prueba de gases de la ITV. Al poco de empezar a circular con él reventó un manguito del agua al que "era muy difícil de acceder, porque el bloque motor es un mazacote. Había que desmontar toda la parte R". Alejandro sospecha que antes o después va a tener que levantarle las culatas para cambiar la guía de las válvulas. Es el próximo proyecto a desarrollar.

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Al otro lado del garaje hay un BMW E30 de 1989, otro clásico que "me ha salido bueno". Por ese garaje han pasado todo tipo de coches. Desde más convencionales, como un Opel Meriva o un Opel Vectra que tiene medio millón de kilómetros, hasta un precioso Renault R18, también herencia familiar. Pero ninguno tiene una historia como la del Mazda NB2.

El Mazda fue un amor imposible de Alejandro. Además de reparar coches, también le ha gustado siempre la competición, y decidió que esa pluma de 146 CV fuese su arma: "Era un coche que ya estaba preparado para correr. Había que hacerle cuatro o cinco cosas, pero ya tenía las suspensiones y la jaula, aunque había que hacerle retoques".

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El problema fue la fecha de compra: enero de 2020. Solo un par de meses después, una pandemia provocó que ese coche jamás llegase a pisar el asfalto. "Estaba totalmente oxidado, había que cambiarle el subchasis trasero y el puente trasero donde se sustenta la suspensión". Con la incertidumbre de la pandemia, decidió revenderlo antes de tocarlo.

"Estuve enamorado de este coche, y sigo enamorado. Quizá en un futuro le dé una segunda oportunidad". Apenas tenía poco más de 65.000 millas, porque era británico, con el volante a la derecha. Eso sí, de pura competición. Alejandro repasa su garaje con nostalgia y lo define con una frase lapidaria: "Alguien normal se hubiese comprado un Dacia".

Una escuela de ingenieros llamada Fórmula Student

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Y es que en paralelo a su hobbie reparando sus propios coches, Alejandro ha tenido ya varias experiencias como mecánico de competición. Empezando por la Fórmula Student, una categoría universitaria en la que facultades de distintas partes del mundo desarrollan su propio monoplaza para competir por los circuitos.

Durante tres años, Alejandro fue el encargado de diseñar la admisión del monoplaza: "La primera vez que vi el coche pensé que era cutre, pero cuando te fijabas en los detalles impresionaba. Estaba hecho por universitarios, como iba a ser yo". Alejandro era representante del equipo español en la Fórmula Student.

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Compitieron por circuitos como Silverstone o Montmeló, con un formato bien distinto al que estamos acostumbrados en la Fórmula 1: hay diferentes pruebas, pero nunca coche contra coche. Una es de resistencia en pista y gana el que más vueltas dé en un tiempo estipulado, pero también las hay de vuelta rápida o incluso de eficiencia económica.

"A veces un coche de 100.000 euros se quedaba fuera de competición porque alguien no había apretado bien unas tuercas. Créeme, nos ha pasado", cuenta entre risas.  Utilizaban el antiguo motor de las Moto2, una bestia de 600cc. "A veces llegaba el domingo y todavía no habíamos pasado el escrutinio, que era la primera prueba", bromea.

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Después de aquella intensa experiencia universitaria, Alejandro ha tenido faenas mucho más profesionales. Como las 24 Horas de Ascari, en el mítico circuito de Ronda, en Málaga. Allí acudió como mecánico de un Ford Sierra, una experiencia enriquecedora que sin embargo no comenzó demasiado bien: "En la primera vuelta estaba el coche en boxes con el flector roto".

Por suerte pudieron volver a la pista y completar la carrera. Incluso acabaron en mitad de la tabla. Pero Alejandro reconoce que "no dormí en todas las 24 horas". Como no podía ser de otro modo, alguien con su pasión por el motor también ha estado en el mítico Nordschleife de Nürburgring con un Ford Fiesta: "me pasó un Mercedes AMG GT que iba más pendiente de que no me volase que de pilotar yo".

Proyectos moteros en el horizonte

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Además del Jaguar, hay otro proyecto que Alejandro tiene entre manos. Porque el gusanillo de las motos le han empezado a picar: "Empecé ayudando a un amigo, pero me ha enganchado. Me gusta todo lo que tenga motor. Me quiero sacar el carnet, pero son muy peligrosas. Dan más sensaciones, sobre todo en las aceleraciones".

Alejandro tiene un nuevo propósito en el horizonte. Pretende hacerse de una Yamaha SR de 250 cc, una moto de 1989, para prepararla, modificarla y hacer su propia custom. "A ver si la podemos homologar", explica. Dan igual las ruedas del aparato, solo importan la pasión por la mecánica y la adrenalina.

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