Cómo es ser un conductor respetuoso con las normas en un escenario hostil
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Cómo es ser un conductor respetuoso con las normas en un escenario hostil

¡Empatía! A la hora de conducir, lo único que hace falta es un poco de empatía —y algo de precaución, por supuesto. Hago un recuento de mis últimas semanas al volante y se me vienen a la mente decenas de situaciones en las que los demás conductores me encienden las luces, me tocan la bocina o me gritan cualquier cosa, sólo por obedecer el reglamento de tránsito o ceder el paso. ¿Qué está sucediendo?

Lees esto y seguro te preguntas “¿pues cómo conduce este tío?”. No soy de los que van a 30 km/h en el carril de alta ni de los que dejan pasar siete coches antes de atravesar un cruce; simplemente me he acostumbrado a respetar los límites de velocidad, los derechos de los peatones y al resto de los conductores. A eso y a recibir como apodo toda la gama de sinónimos de gilipollas. Toda.

Alguna vez leí una frase que decía "un país donde el bueno es tomado como tonto y el malo como héroe está condenado al fracaso", y cuánta verdad. Quien se mete a robar en una casa tiene más en común de lo que podríamos imaginar con alguien que se pasa la luz roja de un semáforo. La intención no es la misma, pero el principio sí: ignorar las normas básicas de convivencia. Que cada quien haga lo que le apetezca y ya luego vemos cómo nadar en el caos.

Respetar las normas se ha convertido en nadar a contracorriente. Lo normal es querer llegar primero a costa del trayecto de los demás.
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Intento respetar las normas y termino inventando un juego de estrategia

En una ciudad donde la gente vive con tanta prisa y, para nuestra desgracia, además comparte horarios laborales, conducir a cierta hora de la mañana y de la tarde es como salir de casa en pleno toque de queda. Y no se diga intentar respetar las normas, porque entonces esto se vuelve un juego de estrategia.

El impulsivo no eres tú, es tu hipotálamo reaccionando en su nivel más primitivo y tomando decisiones agresivas, guiado por el estrés.

Pensemos en un escenario: un cruce con semáforo, pero ambas vías detenidas. Yo estoy justo antes del cruce peatonal. Se enciende la luz verde, pero decido no avanzar porque a cinco metros de mí hay un coche detenido y, si no avanza el tránsito, me quedaré atravesado y entorpeceré el flujo de la otra avenida. El conductor de atrás se enfurece, toca la bocina y enciende las luces. Intento comprenderlo y hasta imagino el regaño de su jefe por llegar tarde a la oficina, pero no hay más que pueda hacer. Entonces se vuelve a poner la luz roja y, en el pequeño espacio que he dejado, se coloca un coche de la vía perpendicular y hace justo lo que yo evitaba: quedarse atravesado. Cuando vuelve a mí la luz verde, mi camino está bloqueado.

¿Qué me he llevado a casa? Un conductor enfurecido, el pensamiento de no estar adaptado a una sociedad que funciona... "funciona" rompiendo las reglas y, sobre todo, un retraso enorme al llegar a mi destino. Del trayecto que, según cuentan, debía durar una hora, he tardado 30 minutos más por confiar en que otros conductores respetarían las normas, no dar vueltas prohibidas y no ir cambiando de carril —y dando cerrones— como de canción en el radio.

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Las cámaras, las malditas cámaras...

En México, que es de donde relato mi pedacito de caos, las matrículas de los autos son diferentes según el estado —la provincia— donde fue dada de alta. Si, por ejemplo, una cámara de velocidad de la Ciudad de México te toma una foto en un auto con placas del estado de Guanajuato, la multa jamás llegará a tu casa.

¡Luz ámbar! Decide rápido: cruzar esperando que la luz roja no te agarre a la mitad, o detenerse con la esperanza de que el conductor de atrás no vaya a exceso de velocidad y alcance a frenar.

¿A qué viene todo esto? A que muchos conductores aprovechan su "inmunidad" a las infracciones por cámara y van presionando a los demás autos "vulnerables" a superar el límite de velocidad. Si en una vía la máxima es 80 km/h, yo suelo indicar el límite de velocidad en el ordenador de a bordo y además voy cuidando el velocímetro, pero también debo ir monitoreando constantemente el retrovisor, por si algún listo con matrícula de otra región —que no son pocos— viene muy cerca, destellando las largas para que me quite... aunque no haya para dónde hacerse. La opción puede ser ignorarlo, pero a mí Gandhi no me dio lecciones particulares.

También están las cámaras de semáforo, en las que basta pisar una cebra peatonal para llevarse a casa una infracción. Si en México —y seguro que también en otros lados— no se respeta la distancia de seguridad entre coche y coche, la decisión al ver la luz ámbar es acelerar a todo gas esperando cruzar antes de que la luz se vuelva roja, o frenar con la esperanza de que el conductor de atrás no vaya a exceso de velocidad o distraído y que alcance a detenerse.

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Las intermitentes, un aviso para que no te dejen pasar

Veo en Facebook a tantas personas compartiendo una imagen que dice "te presento este gran invento: la luz intermitente para avisar que darás vuelta", pero a tan pocas practicándolo en las calles, que me pregunto en qué parte del proceso de entendimiento nos hemos quedado.

Esto es así: voy circulando en el carril central y el navegador me indica que en un kilómetro debo tomar la salida. Enciendo mi luz intermitente, pero miro cómo el conductor A no me deja pasar. Intento con el conductor B, pero también cierra el paso… como todo el alfabeto de conductores que les siguen. ¿Cuánto tiempo hubiera retrasado su viaje si me hubieran dejado pasar? ¿Cuánto tiempo he tenido que retrasar yo el mío por no haber podido tomar la salida correcta? Y, lo más interesante, ¿qué van a hacer esos conductores con el tiempo que se ahorraron? Porque 5 segundos dan para muy pocas cosas.

El estrés, las prisas o la costumbre nublan nuestras acciones. ¿De verdad se consigue algo al no dejar pasar un auto que pone su luz intermitente?
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¿A qué voy con todo esto y por qué hablé de empatía al principio? Porque, conduciendo como dictan las normas, he descubierto toda esa falta de comprensión por parte de los demás conductores, que por llegar antes terminan ignorando muchas situaciones. Estoy seguro que si antes de explotar nos detenemos a pensar por qué tal o cual conductor hizo lo que hizo —o quiere hacer lo que quiere hacer, tan pronto lo dejes— y nos damos cuenta de que nada ganamos con complicarle la maniobra, las calles serán un mejor lugar para circular. En lenguaje coloquial: la vida ya nos da muchas patadas, no nos las demos nosotros mismos.

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