El cemento está en todas partes: viviendas, carreteras, puentes, túneles, infraestructuras ferroviarias. Es invisible hasta que falta… o hasta que se dispara su precio. Y lo que pocos saben es que su mayor problema no es el transporte ni la mano de obra, sino uno de sus componentes clave: el clinker.
Ese clinker es también uno de los grandes problemas climáticos de la industria pesada europea. Produce enormes cantidades de CO₂, está sometido a un mercado de derechos de emisión cada vez más caro y, durante años, ha generado una paradoja incómoda: fabricar en Europa sale mucho más caro que importarlo desde fuera, aunque el impacto climático global sea el mismo.
El clinker: el corazón del cemento y su mayor pecado climático
El clinker es el principal responsable de las emisiones del cemento: hasta 0,9 toneladas de CO₂ por cada tonelada producida. Se obtiene calentando calizas y arcillas a unos 1.500 grados, un proceso extremadamente intensivo en energía que emite CO₂ por dos vías: por el combustible del horno y por la propia descarbonatación química de la caliza. Aunque el horno funcionara con energía limpia, esa segunda parte seguiría emitiendo CO₂ de forma inevitable.
En Europa, cada tonelada de CO₂ emitida obliga a comprar derechos en el EU ETS, el mercado europeo de emisiones. Un sistema pensado para descarbonizar la industria, pero que también ha encarecido de forma notable la producción de cemento frente a otros países sin ese coste regulatorio. Durante años, algunas empresas europeas han reducido costes importando clinker de países como Turquía, donde no se pagan derechos de emisión comparables. El CO₂ se emite igual, pero fuera de Europa, mientras la industria local pierde competitividad.
Este fenómeno lo explica de forma muy clara un experto en materiales de construcción de Gres Babiloni, en un reel de Instagram que se ha movido mucho en el sector y que sirve como base de este análisis: “El clinker es el principal responsable de las emisiones de CO₂ del cemento.
En Europa se pagan derechos por cada tonelada emitida, pero si compras clinker fuera, ese CO₂ no cuenta… aunque se haya emitido igual. Esto tiene los días contados.” Ese “truco” dejará de funcionar con la entrada en vigor plena del CBAM (Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono).
El CBAM lo cambia todo a partir del 1 de enero de 2026
Desde el 1 de enero de 2026, importar clinker o cemento implicará pagar los derechos de emisión equivalentes a los que se pagarían si se hubiese producido en Europa. Da igual si viene de Turquía, Asia o África. El objetivo oficial es evitar la fuga de carbono y proteger a la industria europea. En la práctica, significa que el cemento será más caro, venga de donde venga.
Por si fuera poco, la UE ya ha fijado otra fecha clave: 2034. A partir de entonces desaparecerán las ayudas y compensaciones que hoy reciben muchas fábricas europeas para mitigar el coste del CO₂. Así que o descarbonizas de verdad, o pagas.
Europa contra China: 10 % de producción frente a más del 50 %
El problema es que el cemento no tiene soluciones mágicas a corto plazo. La captura de carbono, los cementos alternativos o la reducción de clinker avanzan, pero aún no están listos para sustituir al proceso tradicional a gran escala. Y aquí entra el gran dilema geopolítico: China produce más del 50 % del cemento mundial, con costes energéticos bajos y prácticamente sin penalización por emisiones.
Europa apenas aporta alrededor del 10 %, pero asume la mayor presión climática y regulatoria del planeta. El resultado es que Europa reduce emisiones dentro de sus fronteras, pero el cemento se sigue produciendo igual… solo que en otro sitio, una dinámica que recuerda a lo ocurrido con las baterías, el acero o incluso el coche eléctrico. Y esa factura, como casi siempre, acaba llegando al ciudadano en forma de vivienda más cara e infraestructuras más costosas.
Imágenes | Unsplash, Gres Babiloni
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