Para Ferrari, la temporada de 1982 es una temporada maldita. Un año donde todo debió haber ido bien, donde la Scuderia debería haber ganado tanto los títulos de pilotos como de constructores, con dos pilotos capaces de ocupar las dos primeras posiciones de la clasificación individual. Tanto es así, que estos títulos podrían haberse repetido en 1983 y quien sabe si más adelante, en caso de haberse mantenido la escuadra. Pero la Fórmula 1 tiene a veces un lado terrible.
Este lado terrible fue el que acabó con la vida de Gilles Villeneuve en los entrenamientos oficiales para el Gran Premio de Bélgica, mientras que Didier Pironi tuvo un accidente que acabó con su carrera en la Fórmula 1 en los entrenamientos del Gran Premio de Alemania. Tras estos accidentes, Ferrari necesitaba resultados como agua de mayo. No para compensar, ya que era imposible, pero si para mitigar el dolor. Patrick Tambay lo había conseguido con una gran victoria en Alemania pero llegando a Monza, el corazón se henchía de dolor aún más.
Por fortuna, la Fórmula 1 está llena de héroes y Ferrari tiene su propia mitología que es casi insuperable. El encargado de hacer la primera heroicidad fue nada más y nada menos que Mario Andretti. Llamado a pilotar el Ferrari número 28, el piloto italoamericano lo dio todo desde el primer minuto. Habiendo nacido en italia, su sueño era Ferrari y en particular disputar el Gran Premio de Italia con ellos. En su primera época en 1970 y 1971 (10 carreras disputadas en total), disputó una sola carrera en Monza, terminando fuera de los puntos.
Aunque por unas escasas 35 milésimas, un Mario Andretti que hacía casi medio año que no se subía a un Fórmula 1 y que contaba con 42 años de edad, marcó una espectacular pole position. En su primera carrera con el formidable 126 C2. No cabía ninguna duda de que se trataba de un coche con el que se podía ganar el campeonato y quien tuvo, retuvo. Mario Andretti encandiló al público, que se encendía de emoción con Patrick Tambay en tercera plaza. En medio de los dos "rojos", Nelson Piquet con un Brabham-BMW. Tras los tres primeros, un segundo de diferencia.
Para la carrera, las cosas serían distintas, ya que una mala salida dejaría a Andretti en una posición relativamente retrasada, por detrás de los Renault, Brabham y su compañero de equipo. En la salida, el líder acabó siendo Nelson Piquet, pero pronto tuvo que ceder ante el empuje de Tambay, que sabía lo importante de esta carrera para él, para el equipo y para los tifossi. Los Brabham no duraron mucho más, y en menos de diez vueltas ambos estaban fuera.
Quien, con todo esto, salía ganando, era René Arnoux. El francés perdía rivales y se centraba solo en un Ferrari pilotado por su compatriota que no podía competir. Ni siquiera Alain Prost, con un mismo Renault, podía pararle, y el futuro tetracampeón del mundo tampoco podría con Tambay. Pasada media carrera, el pequeño francés acabó abandonando con problemas técnicos. A partir de entonces, todo fue un monólogo del Renault con los dos Ferrari a una distancia segura.
Arnoux solo tuvo que controlar la carrera mientras que por detrás veíamos imágenes curiosas como la de Keke Rosberg rodando sin alerón trasero (bueno, por lo menos tendría muy poco "drag"...) hasta llegar a boxes para reemplazarlo. Algo que sería impensable a día de hoy puesto que este elemento es mucho más importante incluso hoy que en esa época. A la fiesta italiana se unió Michele Alboreto, con una quinta posición que no era increible pero que tampoco estaba nada mal.
Los rugidos del público tras terminar la carrera eran comprensibles. Aunque la carrera la había ganado un piloto de Renault, se trataba de René Arnoux, quien ya había anunciado que sería piloto de Ferrari la temporada siguiente, con los actuales pilotos de Ferrari, Patrick Tambay y Mario Andretti, en segunda y tercera posición respectivamente. A efectos de corazón, en Ferrari habían conseguido un nuevo triplete. O, por lo menos, sus pilotos lo habían hecho, y aunque fuera por solo unos momentos, el dolor desapareció.