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La era del biodiseño o como los coches trataban de emular a la naturaleza

La era del biodiseño o como los coches trataban de emular a la naturaleza
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Las décadas de los 80 y 90 fueron años de muchos cambios. La aparición de la Sociedad de la Información, los ordenadores personales o Internet nos impulsó a pensar con una mentalidad muy tecnológica y futurista. En el sector de la automoción, sin embargo, hubo una corriente que llevó a ingenieros y diseñadores a mirar hacia la naturaleza como fuente de inspiración. Había nacido el biodiseño.

Nosotros los recordaremos como coches con formas muy redondeadas, que nos parecían muy modernos porque pulían al máximo las líneas cuadradas y casi poliédricas de décadas anteriores. Pero, detrás de ese estilo tan amable y simpático, existía una razón de ser que iba más allá de las simples modas estéticas.

Biodiseño: la naturaleza tiene las respuestas

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En líneas generales, podemos definir al biodiseño como la tendencia de diseño industrial que se inspira directamente en la naturaleza. Más concretamente, es un método que busca dar respuesta a problemas de todo tipo con las soluciones técnicas que ofrecen los seres vivos.

Los diseños se desarrollan tras la observación del entorno, entendiendo que animales y plantas ya se han enfrentado a estos retos y han desarrollado técnicas a través de la evolución de su especie. Un ejemplo claro es el velcro, inspirado en la forma que tiene la flor de la bardana de engancharse al pelo de los animales e ir esparciendo su polen.

Luigi Colani sienta las bases del biodiseño en los años 60

El origen del biodiseño se encuentra en la arquitectura metabolista del Japón de los 50 y 60. Esta corriente concibió las ciudades como seres vivos, con edificios e infraestructuras que podían sustituirse y reciclarse como células. Esto dio lugar a técnicas y materiales que permitían viviendas con fecha de caducidad, fáciles de construir y también de destruir cuando tenían que ser sustituidas. El objetivo es que las urbes pudiesen crecer y adaptarse de forma orgánica a medida de las necesidades de una población en crecimiento tras las II Guerra Mundial.

Un joven diseñador italogermano de la época, Luigi Colani (1928-2019), quedó impactado con esta forma de pensamiento y la llevó a su propio campo de trabajo: el diseño industrial. En la década de los 60, desarrolla los principios del biodiseño inspirándose en las soluciones que ofrece la naturaleza para mejorar los objetos y su usabilidad por el ser humano. Uno de sus trabajos más reseñables lo realiza con otra empresa de Japón, Canon, para la que prepara la primera cámara con empuñadura ergonómica.

Biodiseño en automóviles: curvas y más curvas

Colani

Luigi Colani, que además de Bellas Artes había estudiado Aerodinámica, trabajó para Boeing, McDonell Douglas, Rockwell e incluso la NASA. No obstante, donde más desarrolló su creatividad fue en la industria de la automoción, en la que trabajó para prácticamente todos los fabricantes desarrollando concept cars.

Su tarea principal fue la de mejorar perfiles aplicando los principios de la biodinámica, para lo cual no dudó en inspirarse en las formas suaves y curvas de animales y plantas.

En Europa, Colani sería conocido como el “Da Vinci del siglo XX”, sin embargo, pocos fabricantes de automóviles del continente se atreverían a llevar a producción sus conceptos. Es por este motivo por el que en 1982 se trasladaría a Japón, donde empresas de todo tipo le acogieron con los brazos abiertos: Sony, Yamaha, Seiko, Hitachi, la mencionada Canon… Allí su mensaje fue el de renegar las influencias occidentales y buscar inspiración en las raíces culturales japonesas, mucho más en armonía con el medioambiente y el entorno.

Las suaves curvas sustituyeron a las líneas rectas de décadas anteriores

A la postre, Luigi Colani volvería a la industria de la automoción para colaboraciones puntuales. Y, aunque pocos de sus concept cars verían la luz, el biodiseño se consolidó como tendencia de diseño de automóviles durante los 80 y 90. Las suaves y sensuales curvas se dejarían notar en modelos de todas las marcas, eliminando prácticamente cualquier atisbo de las líneas rectas y duras que habían dominado en décadas pasadas.

La respuesta de Toyota: Super Round style

Celica

Curiosamente, Luigi Colani nunca llegó a trabajar con Toyota, a pesar de compartir ese espíritu oriental y esa mirada a la vez retrospectiva y vanguardista. Con todo, el fabricante nipón trabajó durante años con los principios de la biomimética, que busca imitar el comportamiento de la naturaleza para dar solución a problemas de diseño.

El resultado fue el Toyota Sera de 1990, el cual, además de contar con un llamativo techo de vidrio, montaba puertas con el revolucionario diseño de “alas de gaviota” (algunos afirman que son de mariposa). Estas puertas simulaban el aleteo y permitían ser abiertas sin apenas esfuerzo ni espacio lateral, y servirían de inspiración para el McLaren F1.

Toyota y Colani también compartían el sentido práctico del diseño, es decir, escoger determinadas formas más por funcionalidad que por estética. Para ello, Toyota encargó a su estudio de California el desarrollo de un nuevo lenguaje visual que conjugara los avances del momento con la tradición propia de la compañía.

Este nuevo estilo se llamaría “Super Round”, que además de adoptar las formas suaves y curvas del biodiseño, redondeaba los picos y aristas propios del “estilo origami” imperante en los modelos anteriores.

El estilo "Super Round" debutaría con el Toyota Celica de 1990

El estilo “Super Round” debutó con la quinta generación del Toyota Celica, presentada en 1989. Colmaba las aspiraciones de la compañía por un diseño no solo con mejor coeficiente aerodinámico (y, por tanto, con mayor velocidad y menor consumo), sino también  más ligero y silencioso, lo que lo hacía más confortable de conducir. Además, el nuevo chasis se mostraba más fiable y resistente, lo que permitió desarrollar un Toyota Celica GT-Four con el que Carlos Sainz pudiese revalidar su título en el Mundial de Rallyes.

El “Super Round” también se plasmó en la segunda generación del biplaza Toyota MR2 de 1990, uno de los deportivos favoritos de la crítica. Pero sin duda el mayor exponente del estilo orgánico de Toyota fue el Toyota Supra MKIV de 1993, que no solo suavizaba las formas, sino que parecía inflarse para desplegar esas líneas tan características.

La presencia del famoso alerón y el abandono de los faros emergentes respondían igualmente tanto a tendencias estilísticas como al afán por mejorar más aún el coeficiente aerodinámico. El Toyota Celica de sexta generación de 1994 confirmaría esta tendencia, aunque con esas dobles ópticas que recuerdan a la cabeza de un insecto.

El biodiseño, aún entre nosotros

Prius

La mayoría de los expertos concuerdan en el año 1996 como fecha de defunción del biodiseño en la automoción. Los salones de automóviles de aquel año mostraban un nuevo patrón que aún conservaba las curvas, pero añadía líneas y perfiles más angulosos y agresivos.

Los fabricantes americanos decidieron llamarlo “Edge-design” y lo presentaron como la necesidad de romper con una estética que llevaba quince años gobernando. Aunque lo cierto es que los motivos podrían estar en el afán por abaratar costes de producción, ya que los nuevos perfiles eran más fáciles de alinear.

¿Quiere eso decir que el biodiseño en automoción ha muerto? Para nada. Podemos verlo de alguna manera en las distintas versiones del Toyota Prius, en sus contornos con forma de lágrima o en elementos interiores, como su característica palanca de cambios azul.

Asimismo, actualmente está resurgiendo con un nuevo enfoque, el de aprovechar las biotecnologías para lograr una industria más sostenible. Nuevos elementos como la seda de araña sintética, telas cultivadas por bacterias o piezas a base de quitosano posibilitarán reducir los materiales de origen animal y, sobre todo, el uso de plásticos y otros compuestos contaminantes. Pero esa es ya otra historia.

Imágenes | Toyota Global Newsroom,  Pixabay/GoranH, Wikipedia/Buch-T

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