Remolcar una caravana no sólo es engancharla al coche y tirar de ella. Hace falta saber cómo responde el conjunto, dejar distancia de frenado, controlar los balanceos y, sobre todo, perderle el miedo a maniobrar marcha atrás. En los años 70, en plena fiebre del caravaning, una empresa estadounidense pensó que la solución no era enseñar a la gente a remolcar mejor, sino cambiar por completo la forma de enganchar la caravana.
Así nació la Shadow, una caravana de Harmon Industries que no se acoplaba a un enganche trasero ni a la caja de una pick-up, sino directamente al techo del coche familiar. La idea parecía brillante sobre el papel: más estabilidad, mejor reparto de pesos y la promesa de que cualquiera podría aparcarla sin sufrir con el remolque. La práctica, sin embargo, dejó claro por qué el concepto no ha llegado hasta nuestros días.
Una caravana “de quinta rueda” que se enganchaba al techo
La Shadow fue el intento de una empresa especializada en electrónica para ferrocarriles, Harmon Industries, de diversificarse en plena época dorada del caravaning. EEUU se había enamorado de las autocaravanas y las caravanas ligeras, mientras Europa empezaba a vivir algo parecido con remolques cada vez más compactos y coches más pequeños.
El reto era el mismo a ambos lados del Atlántico: cómo ofrecer una casa sobre ruedas a familias que no tenían una pick-up ni un gran todoterreno. Así que la Shadow utilizaba una estructura frontal que se curvaba sobre la zaga del turismo y llegaba hasta el centro del techo. Allí se anclaba a una plataforma de acero de unos 6 mm de grosor fijada a los vierteaguas con soportes atornillados.
Harmon vendía esa “bandeja” en varios anchos para adaptarla a los sedanes de la época y defendía que los techos de los coches modernos eran suficientemente resistentes para soportar la carga. La gama incluía varias longitudes, desde la Shadow Mini de unos 5,5 m y unos 1.090 kg, hasta la Shadow I de más de 8 m, con un peso de apoyo declarado en torno a 136 kg sobre el techo. Era sencillo: un modelo pequeño para coches compactos, uno grande para berlinas grandes.
En su publicidad la marca presumía de compatibilidad con todo tipo de turismos, desde un Chevrolet Nova o un Dodge Duster hasta un Toyota Corolla o incluso un Volkswagen Escarabajo. El sistema prometía muchas ventajas: al engancharse en el centro del coche, el peso se repartía mejor entre ambos ejes y la caravana era menos propensa al típico “latigazo” de los remolques convencionales.
Y es que su diseño permitía un giro de 360º alrededor del coche y mucho juego en los balanceos, así que, en teoría, se podía circular por pistas muy bacheadas con más seguridad. Además, la cuña frontal quedaba a pocos centímetros del techo y hacía de especie de carenado aerodinámico para el conjunto.
Por dentro, la Shadow era bastante más convencional: buena aislación, estructura de acero con paneles sándwich, cocina con cuatro fuegos, horno, baño completo, moqueta, calefacción con termostato, nevera trivalente e incluso cama king size en la versión grande. Se fabricaron unas 1.500 unidades en Misuri, y los precios iban desde 1.700 dólares de entonces por la Shadow Mini hasta los 6.500 dólares por una Shadow I completamente equipada, cifras que hoy equivaldrían a decenas de miles de euros.
El invento que parecía perfecto hasta que tocaba usarlo cada día
Sobre el papel, la Shadow era la caravana ideal para quien quería viajar sin pelearse con un remolque. Pero en cuanto empezó a usarse en la vida real, afloraron problemas que explican por qué el concepto no prosperó. El más evidente fue la frenada. Como recogía Trailer Life, en detenciones fuertes “el eje delantero del coche se hundía más de lo normal” y, según el modelo, el trasero podía llegar a perder apoyo.
Tampoco tardó en aparecer el gran punto débil: el techo. Con los años, muchos propietarios detectaron abolladuras, filtraciones e incluso desgarros. Y el famoso giro de 360 grados tampoco resultó tan mágico. En vez de facilitar las maniobras, obligaba a girar el coche “por debajo” del remolque, sin apenas visibilidad y con buena parte del peso sobre el techo.
A esto se sumó un problema industrial difícil de salvar: el enganche no era desmontable ni ajustable, así que cada coche requería uno distinto, por lo que Harmon pasó de fabricar un par a fabricar decenas de variantes del mismo soporte. Con la crisis del petróleo de los 70 enfriando el mercado, la empresa tiró la toalla y volvió a centrarse en la electrónica ferroviaria.
Aunque la idea no cayó del todo en saco roto y surgieron otros intentos similares como la mexicana “El Chico” para el Volkswagen Escarabajo o proyectos europeos como el Maillet Rando-Car o el HEKU Car Camp, ninguno llegó lejos. Hoy la Shadow es una pieza casi mítica del caravaning vintage: se ve muy poco y se cotiza como curiosidad histórica. Vista con perspectiva, recuerda que en el mundo camper siempre hay espacio para las ideas valientes, pero la carretera siempre tiene la última palabra.
Imágenes | Colton G., Harmon, News24
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