Si no querías hijos, haber tomado precauciones aquella noche

Si no querías hijos, haber tomado precauciones aquella noche
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En 1982, le decía Vanessa a Manolo Escobar: “Papá, papá, te quiero mucho”, y respondía a continuación su padre cantarín: “Cariño mío, y yo a ti más”. Si no sabes en absoluto de lo que te estoy hablando, casi que no te voy a culpar demasiado y hasta me voy a alegrar por ti.

El caso es que la canción de marras me ha vuelto a la cabeza después de un porrón de años gracias (graciosísimas… sí) a un vídeo que ha hecho las delicias de los editores y lectores de Motorpasión Moto sobre un tipo que se lía a hacer caballitos llevando sobre el depósito de la moto a un crío de 3 años y sin ningún tipo de protección, toma ya. También lo tratamos ayer en Circula Seguro. Si quieres, vete un momentico a mirarlo y vuelve, va, que te espero.

Pero no es este un caso único, ni mucho menos. Cualquiera que haya asistido al espectáculo diario que montan los papis y mamis cuando llevan a sus hijos al cole sabrá de lo que hablo. Niños que van de pie entre asientos como quien coge un autobús hacia Mombasa, chavales sentados con la mochila atada a la espalda, críos sacando la cabeza por la ventana del coche cual perrito escótex…

No me digas que exagero, que ya nos conocemos. A comienzos del siglo XIX, un tal Francisco de Goya y Lucientes (nunca un segundo apellido estuvo tan bien puesto a un pintor) retomó un tema clásico para contarnos que Saturno se jamaba a un hijo suyo porque se había quedado con hambre o algo, aunque aquello era más una alegoría de cómo el tiempo que regula el dios Chronos acaba con sus propios hijos que una revelación sobre la secreta ansia de venganza de todo padre hacia aquel ser que le dio cientos de noches sin tregua al abrigo de un cólico de nunca acabar.

En el caso que nos ocupa, no sé si porque su niño está como para comérselo como los de Saturno, por reprimidas ansias de venganza o directamente por subnormalidad profunda, el padre se pone a hacer el cafre con un crío cuyo único delito ha sido no haber aprendido todavía a largarse de casa antes de que su progenitor se lo cargue en una de sus alegres cabriolas. Desde luego, y como decía el filósofo, “tanto gilipollas… y tan pocas balas” (Nota: esto no es un exabrupto sino una cita textual, es cultura, séptimo arte).

En España, no se puede transportar legalmente a un menor de 12 años en una moto o ciclomotor, aunque se pone la excepción de que el chaval en cuestión sea hijo del conductor o bien que el conductor sea una persona mayor de edad y esté autorizado para llevar al menor de paquete, y en ese caso se acepta una edad mínima de 7 años, aunque según cómo sea el crío, no sé yo, no sé yo. En cualquier caso, con 3 añitos… mejor cómprale un triciclo y si quiere que se haga unos cuantos pasillos frenéticos a lo Danny Torrance, que tampoco se va a quedar peor ya.

La mochila, en el maletero

Niño y mochila

Hace un tiempo, los del RACE llamaron la atención sobre el fenómeno del escolar cargado con la mochila que se sienta tal cual en el coche como el paracaidista que espera ansioso su turno para saltar del avión dispuesto a cambiar el rumbo de la Historia. En el caso del paracaidista no sé, pero si el coche del chaval choca, la mochila le destroza la espalda por efecto de la Física que todavía no ha estudiado ni seguramente estudiará ya.

Sé que es una cuestión de pragmatismo. El chaval se sube al coche ya preparado para luego saltar prácticamente en marcha, que si no el coche molesta en medio de la calle si hay que bajar, abrir el maletero y todo el festival. Y además, es más cómodo así. Total, ¿qué va a pasar?

Lo he dicho, lo digo y lo seguiré diciendo: No conozco a nadie tan memo como para llevar anotado en su agenda algo así como “hoy toca pegarme un leñazo con el coche”. Precisamente porque podemos chocar o nos pueden chocar (o no ya chocar, con un frenazo un poco bestia ya se la podemos liar parda a un niño mal sentado) sin previo aviso, es vital atender a unas mínimas normas cuya lógica, además, es aplastante.

Ningún bebé debe viajar en brazos como si fuera un hijo de famosa al salir de la clínica (para matarlos a todos, menudo ejemplo dan). Los asientos infantiles deben ir orientados en sentido contrario a la marcha siempre que sea posible (y, desde luego, de forma obligatoria durante los primeros meses). Los cinturones deben ir bien ajustados teniendo en cuenta que si todo va como tiene que ir el niño crece como una calabaza y hay que irlos regulando cada poco tiempo.

En el coche, la posición más segura para un niño es la del asiento central trasero (siempre que el cinturón sea de tres puntos, claro), y si emplazamos la silla en el asiento delantero (o sea, en el asiento del copi), o desconectamos el airbag del acompañante… o desconectamos el airbag del acompañante.

Deber, deber, deber. Mira que normalmente no me gusta ser tan mandón, pero es que en este caso tengo que hacer una excepción. De un lado, porque como diría el Capitán Obvio, un niño es más vulnerable que un adulto. Comprobado. Y luego, por todos esos chavales que, sin comerlo ni beberlo, se encuentran con una situación que, en su inocencia, van a tomar como algo normal. Si no los educan ya sus padres cuando los llevan en coche o en moto, ¿quién lo va a hacer?

Nadie piensa que hoy toca darse un castañazo

Tareas pendientes

Y aquí viene la otra parte: si crees que todo esto no va contigo porque no tienes hijos ni ganas… plantéatelo de esta otra forma. Todo esto sirve para los desplazamientos cotidianos, para llevar los niños al cole, pero también para los viajes ocasionales, esos que surgen de repente cuando recibes una llamada del tipo: “Oye, ¿me puedes recoger al niño en la academia de macramé, que me ha salido un imprevisto con un cliente?”

Hemos quedado en que nadie lleva apuntado en su agenda que hoy toca castañazo, ¿verdad? Pues eso. Por cierto, casi el 40 % de los siniestros viales en los que mueren niños ocurren a menos de 50 kilómetros del domicilio del menor. Y es que en el mundo de la siniestralidad vial a menudo lo relevante no es tanto el kilometraje recorrido como el instante que lo cambia todo.

Ah, y si me vas a venir con la historia de que tú en el 124 viajabas dentro del maletero™ y todas esas cosas, ahórrate el esfuerzo (o no te lo ahorres, pero voy a pasar mil millones de ti). Cuando ibas en el maletero del 124 no sé, pero hoy en día las cosas están así: de 2005 a 2008 murieron 263 niños menores de 14 años, 1.894 resultaron heridos graves y 14.740, heridos leves. Son datos que dio a conocer la Fundación Mapfre el pasado mes de abril a raíz de un pormenorizado estudio que revela que el 40 % de los niños fallecidos no usaba ningún sistema de retención infantil.

Y no, no me vengas tampoco con que el 60 % restante llevaba un sistema de retención infantil y no le sirvió de nada. Cuando un sistema de seguridad pasiva ya no llega a salvar la vida del ocupante, eso puede significar dos cosas: o bien que el sistema no se empleaba de una forma adecuada (incluyendo fallos de sistema y elementos de calidad nivel nisupu-style), o bien que el golpe fue tan salvaje que ni siquiera el sistema pudo hacer lo suficiente por salvarle la vida.

A menudo se nos olvida una obviedad (otra más): los vehículos son aparatos que tienen una masa bastante considerable y que se mueven a unas velocidades que son como para tomárselas en serio. Como normalmente la cosa acaba bien, solemos pensar que siempre pasará así, y no tiene por qué. Llámalo inconsciencia, llámalo exceso de confianza, llámalo como quieras.

A veces me sorprende la diferencia entre el primer trayecto que hacemos con un recién nacido a bordo del coche, camino de la clínica a casa, y de cómo las cosas van cambiando a medida que pasa el tiempo. ¿Será que con los años nos pasa como a Saturno?

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