China es el núcleo de las tensiones en el comercio mundial y así es cómo ha logrado imponerse

En estos últimos meses, los precios de la energía por las nubes, los precios del transporte que suben como la espuma y una nueva amenaza de crisis por desabastecimiento de materias primas parecen acechar la industria del automóvil, entre muchas otras.

A menudo, se esgrima la enorme demanda de materias primas y energía por parte de China como la explicación más fácil a todas esas tensiones en el comercio mundial.

Si bien el papel del gigante asiático es clave, es una respuesta demasiado sencilla para una situación compleja y global. En la que si bien el gigante asiático tiene un papel clave, no es el único responsable de todas estas tensiones. ¿Qué esta pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué y cómo ha llegado China a ser clave?

La pandemia originada en China paralizó el mundo en 2020. Es como si ese año prácticamente no hubiese existido. Todas las economías del mundo, o casi, echaron el freno de mano y se pusieron en modo supervivencia.

Ahora que la pandemia parece estar controlada (que no finiquitada, pues seguimos inmersos en ella), toda la maquinaria se ha puesto de nuevo en marcha y lo ha hecho a ritmo forzado. La consecuencia es una enorme y repentina demanda de productos y energía. Y en medio de todo esto, China.

La reactivación de la economía a todo gas genera tensiones

La reactivación de la económica ha tensado todas las cadenas de suministros. Durante la pandemia y con una producción bajo mínimos, las empresas fueron tirando de stock para poder producir lo poco que se fabricaba.

Al mismo tiempo una serie de factores climatológicos se han unido para complicar todavía más la recuperación. Es algo particularmente evidente en el sector de los semiconductores y de la energía, por ejemplo.

Taiwan, que fabrica el 90 % de los microchips del mundo, está experimentado la mayor sequía de sus últimos 56 años de historia. Y para fabricar microchips o semiconductores se necesitan cantidades ingentes de agua. Moraleja, los fabricantes van con retraso y no pueden dar respuesta a todos los pedidos.

Durante la pandemia las empresas fueron tirando de stock para poder producir lo poco que se fabricaba.

Otro ejemplo, la energía. El duro invierno de 2020-2021 puso a mal las reservas de gas de Europa, y como consecuencia las reservas de gas están más bajas que nunca. Y Europa, con los picos de demanda en verano cuando las energías renovables no dan abasto, tira de gas natural (salvo Francia, que tira de nuclear y exporta). Y eso hace subir los precios.

Al mismo tiempo la demanda de gas natural por parte de China para alimentar sus centrales térmicas ahora que ha decidido prescindir (con la boca pequeña) del carbón hace que los precios suban. Y aún así, no se libra de una crisis energética. Todo ello ha contribuido a elevar los precios del gas al por mayor en todo el mundo. Desde enero, han subido un 250%.

Además, el encarecimiento del transporte marítimo no ayuda a aliviar las tensiones. Entre el precio del combustible y la falta de contenedores (muchos se quedan en los puertos porque sale más rentable tenerlos parados) el precio de mover un contenedor estándar, por ejemplo, de Shanghái a Los Ángeles el precio ha llegado a superar los 11.500 dólares.

No son los únicos sectores donde existe una demanda tensa y riesgo de desabastecimiento. El incremento del precio de materias primas, como metales férreos y no férreos, materiales poliméricos o productos químicos son algunas de las nuevas amenazas que planean sobre la industria.

La más reciente de esas nuevas amenazas es el agotamiento en Europa y Estados Unidos de las reservas de magnesio, necesario para la producción del aluminio, antes de que termine 2021. El 95 % del magnesio usado en Europa proviene de China. Y el país asiático ha decidido limitar sus exportaciones de magnesio, tal y como ya hico a mediados de año con el acero.

China, en pie de guerra (económica)

En todos estos retrasos, penurias y tensiones, nos encontramos siempre con China. Sin entrar en teorías de la conspiración, en el fondo es normal. China es el primer exportador mundial desde 2009 y es la segunda economía del mundo desde 2014. Es lógico, por tanto, que China esté en medio de todo este lío, como lo están Europa y Estados Unidos. Si bien es cierto que Europa y Estados Unidos no están en una posición de fuerza económica, mientras que China sí lo está. Y no es ninguna casualidad.

China es el primer exportador mundial desde 2009 y es la primera economía del mundo desde 2014.

Con la caída del muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética, el equilibrio de fuerzas en el mundo ha ido cambiado definitivamente. China, más que nadie, entendió que la dominación y el liderazgo se conseguirían a través de la economía y no con portaaviones. China supo hacerlo mejor que nadie, poniendo la economía primero, pero sin descuidar el aspecto bélico (su presupuesto bélico se ha incrementado un 6,8 % en 2021 respecto a 2020).

“Durante mucho tiempo, en el despiadado universo de las grandes potencias que se disputan el liderazgo del planeta, China ha sido un alumno diligente y ambicioso. No sumiso, no, pero siempre sentado en primera fila, esperando alzar su vuelo, mientras Rusia, nostálgica de su pasado, se sentaba al fondo de la clase, con los zopencos y los alborotadores”, escribía Isabelle Lassere en Le Figaro. Probablemente, la mejor descripción de cómo actúan China y Rusia desde hace años.

'Made in China 2025'

Y China se sentó en las filas de delante apoyándose en su famoso plan 'Made in China 2025'. Esa hoja de ruta es más que un plan económico, es un plan de guerra económica. Para 2049, su objetivo es tener una posición dominante en casi todos los mercados. Es decir, el objetivo es ser la primera potencia mundial.

China apuesta por sus patentes y nuevos conocimientos para modernizar su industria, como parte del plan Made in China 2025. “En la saga de la rivalidad sino-estadounidense, el 'Made in China 2025' está a punto de convertirse en el gran villano, la verdadera amenaza existencial para el dominio tecnológico de Estados Unidos", advierte Lorand Laskai, especialista en Asia del Consejo de Relaciones Exteriores. “Las intenciones de China no son unirse a las filas de las economías de alta tecnología (...) sino sustituirlas a todas".

¿Y cómo lo hizo? La coordinación entre Estado y empresas privadas y públicas a la hora de configurar las tomas de decisiones, siempre en torno a las prioridades del plan, es un elemento clave. Pero también lo es la financiación muy elevada de las empresas vía préstamos estatales a intereses muy bajos, incentivos fiscales, devaluación sin miramientos de la moneda, inversión en compañías extranjeras y transfer de tecnología forzada.

Un buen ejemplo de esa coordinación entre empresas y estado nos la da Lorand Laskai. En 2016, Fujian Grand Chips, una empresa china intentó adquirir el fabricante de maquinaria alemán Aixtron. Poco antes de que se hiciera pública la adquisición de Aixtron, resulta que otra empresa con sede en Fujian, San'an Optoelectronics, canceló un importante pedido a Aixtron. Lógicamente, sus acciones se desplomaron y es cuando Fujian Grand Chips entró en escena y se ofreció a comprar la empresa.

Pekín puede impulsar la inversión en el extranjero, a menudo de forma muy coordinada con las empresas y sus entidades financieras.

Tanto Fujian Grand Chip como San'an Optoelectronics tenían un inversor común: un importante fondo nacional chino de semiconductores controlado por Pekín. La adquisición se vio obstaculizada por una intervención de última hora de los funcionarios del gobierno, pero demostró cómo Pekín puede impulsar la inversión en el extranjero, a menudo de forma muy coordinada.

La industria del automóvil es uno de los sectores clave en 'Made in China 2025'

En el sector del automóvil y en especial del coche eléctrico, se hace aún más evidente las ganas de China de dominar el mercado mundial. Hasta hace poco, si una marca occidental quería fabricar en suelo chino, tenía que montar una joint-venture con un fabricante local, el cual tenía siempre la mayoría de control sobre la joint-venture. El objetivo era conseguir un trasvase de tecnología.

El trasvase de tecnología en las joint-venture no ha sido el esperado. Se ha producido parcialmente, por supuesto, pero si hablamos de coche tradicional, las marcas chinas siguen teniendo un enorme retraso sobre las europeas, niponas o coreanas.

La compra de marcas extranjeras, como Rover y MG, por parte de SAIC, y luego de Volvo, Lotus y smart, por parte de Geely para acceder a su ingeniería ha sido el siguiente paso. Y ahora, el coche eléctrico debe ser el que dé la ventaja a China.

Recientemente China derogó la obligación para los fabricantes extranjeros de tener un socio local a altura del 51 % si querían producir en China. Los fabricantes extranjeros aplaudieron, pero al mismo tiempo se impuso la obligación de producir localmente coches eléctricos.

China está apostando por el coche eléctrico. Y lo hace tanto para limpiar el aire congestionado de sus ciudades como para tener una oportunidad de luchar de tú a tú con el resto de fabricantes occidentales, japoneses y coreanos.

El coche eléctrico para derrotar al resto

En la carrera hacia el coche eléctrico, China, Estados Unidos, Europa, Japón y Corea del Sur parten todos del mismo nivel, es decir, desde cero (Tesla es la excepción). Sin embargo, China espera una ventaja decisiva sobre el resto de participantes: el control sobre las materias primas.

Desde hace décadas, China ha ido tejiendo una telaraña en África y en Sudámerica para asegurarse por una parte el suministro de las materias primas -y su posterior procesamiento en suelo chino- y un mercado complaciente para sus productos de bajo coste.

El método empleado por China no consiste en invadir un país para obtener sus recursos. No, consiste en invertir en él y darle lo que necesita. Es lo que se podría llamar diplomacia económica.

Así, las inversiones chinas en África no se centran solo en la explotación de los minerales, también se hacen en las industrias (con fábricas de productos chinos), la construcción y los servicios.

Mientras los países más ricos se limitan a escribir cheques de ayuda cual limosna, las empresas chinas -apoyadas por el estado chino- construyen puertos, aeropuertos, carreteras, puentes, hospitales o colegios y hasta estadios de fútbol.

En la carrera hacia el coche eléctrico todos los países parten desde cero a nivel tecnológico. Pero China tiene el control sobre las materias primas necesarias.

Ahora, China es el principal socio comercial del continente, incluso en países bajo influencia anglosajona histórica, como Sudáfrica o Kenya. Solo Francia y, en menor medida, España son todavía el primer socio comercial en unos pocos países. Estados Unidos y Reino Unido han desaparecido del mapa.

En Sudamerica, China sigue el mismo método. Recientemente, la mayor empresa de energía de Chile, la Compañía General de Electricidad (CGE), pasó a manos del gigante estatal chino State Grid International Development Ltd al vender la española Naturgy su participación en la energética chilena por 3.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, la Yangtze Power International se hizo con la mayor energética de Perú, Luz del Sur.

Además, para lavar su imagen en esta pandemia, China envió vacunas a 40 países africanos que no se podían costear las dosis de Pfizer o Astra-Zeneca. Y en Sudamerica, siguió la misma estrategia. Por ejemplo, Colombia había recibido en abril 7,5 millones de dosis de las vacunas chinas.

Nos lo hemos buscado

Al final, todas estas tensiones en el comercio mundial y que podrían hacer mucho daño a nuestra industria y al empleo son la consecuencia de haber aceptado depender de China, tratando ese país como si fuera un socio más.

China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, pero tiene una concepción muy suya de la economía de mercado, una visión en la que el Estado es omnipresente. El Estado chino es acusado con frecuencia, tanto por Estados Unidos como por la Unión Europa, de subvencionar masivamente a las empresas chinas concediéndoles contratos públicos.

De forma más general, sus socios comerciales le acusan de saltarse las normas del comercio internacional, abusando del dumping, por ejemplo. Por todo ello, desde 2001 Estados Unidos ha presentado 34 denuncias contra China ante la OMC y la UE, ocho.

Pero, y este es un gran pero, China nunca impuso sus intereses por la fuerza. Nadie, y menos China, obligó a Europa a dejar de producir magnesio en 2001, por ejemplo, para comprar el 95 % de lo que necesita a China. La decisión, mala o buena, es nuestra. A menudo, nuestros gobernantes, a nivel nacional y europeo y sea cual sea su color político tienen una visión cortoplacista que no va más allá de las siguientes elecciones.

Quizá vaya siendo hora de tener una visión a largo plazo, por nuestro bien y supervivencia, y no tan a corto plazo. Que el día menos pensado, nos encontramos que una parte de nuestro territorio europeo podría pasar a formar parte de la República Popular China. Sino, que se lo pregunten a Montenegro.

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