Así es como Barcelona cerrará calles para probar cómo sería una ciudad sin coches

El jueves, el Ayuntamiento de Barcelona cerrará 58 tramos de calle a la circulación de vehículos motorizados. La operación se enmarca en la clausura de la Semana de la Movilidad que se celebra en la capital catalana desde el día 16 de septiembre, cuyo objetivo es promover hábitos de movilidad más sostenibles y mostrar cómo puede ser una ciudad pacificada en cuanto al tráfico, según ha explicado el Consistorio.

Este Día sin Coches regresa a Barcelona después de una larga ausencia. Fue el lunes, 22 de septiembre de 2003 cuando la Barcelona de Joan Clos celebró su más fracasado Día sin Coches, incluso con calles cortadas que se tuvieron que abrir al tráfico por pura necesidad. En 2015, la Ciudad Condal recuperó la idea, pero la llevó a cabo un 17 de octubre y no un 22 de septiembre, que es la fecha que se suele utilizar para realizar este tipo de acciones en ciudades de todo el mundo, con independencia del día de la semana en el que caiga.

Y, lo más destacable, se hizo en sábado para evitar mayores problemas.

La decisión de cerrar calles no ha estado exenta de polémica en Barcelona, donde algunas de las principales asociaciones de comerciantes han manifestado sus temores sobre lo que el Día sin Coches puede representar para las tiendas y restaurantes de las zonas afectadas. Se quejan de que el Ayuntamiento “no ha tenido en cuenta el riesgo operativo que supone celebrar este contecimiento en un día laborable”, según ha recogido La Vanguardia.

A favor de la medida, tal y como se plantea en estos momentos, cabe destacar que los tramos de calle afectados no superan por lo general la longitud de una manzana estándar del ensanche barcelonés (113 metros), y que se encuentran esparcidos por media ciudad, no concentrados en unas pocas zonas. De todas formas, si de pacificar el tráfico se trata, es de prever que este tipo de acciones se contagien a otras zonas de la ciudad en un futuro no demasiado lejano.

Calles cortadas en Barcelona el 22 de septiembre

Junto a estos 58 tramos, sobre los que el Ayuntamiento de Barcelona ya ha aclarado que se trata de "calles secundarias y de ámbito local", se realizarán restricciones de tráfico en dos arterias de la ciudad: Via Laietana y Gran de Gràcia. Quienes pretendan circular por alguna de esas dos avenidas, por ejemplo para ir a buscar alguna de las rondas, se encontrarán con que sólo se permite la circulación a autobuses, taxis y bicicletas, aparte de los vecinos de la zona.

Las recomendaciones del Ayuntamiento son, textualmente, las siguientes:

  1. En la medida que sea posible, no utilizar el vehículo privado.
  2. Realizar los deplazamientos a pie, en bicicleta o en transporte público.
  3. Planificar los desplazamientos y anticipar al máximo la hora de llegada a los puntos de destino, especialmente aquellas personas que viven fuera de la zona metropolitana.

No se ha comentado nada sobre cómo deben trabajar quienes dependen del vehículo privado para realizar sus funciones, o sobre si existirá más transporte público y de mejor calidad, especialmente cuando hablamos de aquellas personas que viven fuera de la zona metropolitana.

Una nueva traba para los vehículos a motor

Este cierre de calles llega dos semanas después del estreno por sorpresa del concepto superilla en la Ciudad Condal, unas supermanzanas en las que se penaliza la circulación de vehículos motorizados cambiando el sentido a las calles para que la circulación deje de conectar diferentes zonas de la ciudad. También se les limita la velocidad a 10 km/h.

De esta manera, se rompe de forma absoluta con una de las ventajas que tiene buena parte de Barcelona: el diseño ortogonal nacido en el Ensanche, y adoptado posteriormente en otros distritos, siguiendo los trazados pensados en el siglo XIX por Ildefonso Cerdà. A cambio, se crea un verdadero laberinto para conductores.

De transferirse la medida a otras zonas de Barcelona, esta puede ser una pesadilla para quienes necesiten conectar diferentes puntos de la ciudad con agilidad, como puede ser el caso de los repartidores o los agentes comerciales. De hecho, las supermanzanas han cosechado ya las primeras quejas por parte de los vecinos y comerciantes afectados.

¿Son estas las mejores medidas que se pueden tomar para pacificar el tráfico? Entorpecer la circulación de vehículos a motor, obligar a sus conductores a dar vueltas y más vueltas, a velocidades a las que el motor consume y contamina más, no parece la más brillante de las aportaciones que se pueden hacer para tener un aire más limpio y unas calles menos congestionadas.

Hasta ahora, las iniciativas que se están conociendo en las grandes ciudades de España para atajar el problema del tráfico recuerdan, por su cara agria, a los experimentos que se han desarrollado en Londres, con un congestion charge y derivados que penalizan a quienes no pueden permitirse cambiar de coche, o en París, con un escenario similar en cuanto a la antigüedad del vehículo.

¿Y si Barcelona mirara hacia un ejemplo mucho más humano como es Lyon, y comprendiera que la gente no necesariamente utiliza vehículos a motor por maldad, sino por otras razones? ¿Y si acometiera sus proyectos de forma holística, con la intención de resolver complejos problemas de movilidad derivados de un urbanismo poco planificado en la llamada Gran Barcelona, y no sólo con el interés de poder seguir mostrando su cara más fotogénica pero poco resolutiva para buena parte de las personas que por ella circulan?

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