Automóvil: una historia de dependencia (parte 3)

Hidrógeno... Tenemos problemas muy gordos con el hidrógeno. Por ejemplo, nos ligará a un modelo de distribución, y eso implica estar sometido al mismo sistema que las gasolineras actuales. Nos proporcionará una libertad limitada, aunque hay esperanzas en que realmente sea algo con libre competencia y no un oligopolio.

No hace falta traer el hidrógeno del otro lado del mundo, ni montar guerras. Solo hace falta un suministro abundante de agua y electricidad. Por lo tanto, no sería algo tan sometido al modelo actual, sino algo un poco más libre. Pero sigue siendo una forma de dependencia, guste o no, salvo que lo produzcamos en casa.

Otro de los problemas viene por lo de las ¿emisiones cero? Eso solo será real si el origen de la electricidad es totalmente renovable: solar, eólica, geotérmica, maremotriz, hidroeléctrica o cualquier cosa que no implique aprovechar algo ya existente en la naturaleza que sea inagotable o potencialmente inagotable. Si no, es una estafa ecológica.

Dejemos al margen consideraciones sobre seguridad, presiones de repostaje, tamaño de depósito o pureza, que van aparte. O no, consideremos todo. Hay que poner muchos esfuerzos en la seguridad, así como en mantener la presurización de los tanques (conlleva gastos), por no hablar de que con menos de un 99% de pureza no sirve para pilas de combustible.

No es como la gasolina, que puede ir hasta rebajada con agua (muy poquita, o las bielas se parten), el hidrógeno tiene que ser puro, pero puro y duro. Esto normalmente no se verá en la publicidad de coches de hidrógeno. Entonces, ya que tiene tantas pegas, ¿qué nos queda? La electricidad.

Mucho se habla del coche eléctrico, que si es una moda, que si es el nuevo petróleo, que si es otra forma de mantenernos en el redil por parte de las grandes empresas. Hay un poco de certeza en todo esto, pero no completamente. La energía eléctrica tiene una ventaja fundamental sobre las otras consideradas.

¿La electricidad nos dará la libertad total?

La electricidad es una conversión de otras fuentes energéticas primarias, sus orígenes son totalmente diversificables. Se puede sacar energía eléctrica de los limones, del Sol, de frotar imanes, del carbón, de la energía potencial del agua en presas… Es el sistema que proporciona más independencia. ¿Coche de agua? Dejemos la mitología aun lado.

La electricidad hay que pagarla, todos lo hacemos y eso no se discute. Sin embargo, es relativamente sencillo producir electricidad por uno mismo, cosa que no puede decirse del petróleo, o los biocombustibles, o el hidrógeno, o el gas. Es decir, se puede llegar a conseguir el autosuministro en casos concretos, cunde más que producir hidrógeno.

Lo que no es controlable, es temido por el sistema. Si el presidente de Repsol piensa en gente produciendo su propia energía sin pagar a nadie, seguramente sufriría una apoplejía. A gente como Nissan o Tesla no le supone ningún problema, no dejarán de ganar dinero por ello.

¿Por qué no podemos imaginar bloques de pisos con sus propias placas solares alimentando los coches de sus vecinos? ¿Es utópico pensar en electrolineras accionadas por energía geotérmica, aunque no haya luz ni corra el viento? Será más difícil de imaginar o menos, pero por poder, es posible.

La auténtica revolución del transporte llegará cuando exista una movilidad sin tantas ataduras, acorde a las necesidades reales a la gente y compatible con el medio ambiente. Mientras tanto, estamos con el trabajo a medias. Al coche eléctrico le queda mucho por recorrer, pero en algún momento habrá que empezar, ¿no?

Si no podemos usar el automóvil, no podemos disfrutar nuestra pasión. Hemos de entender que nuestra mentalidad actual se ha desfasado, pero aún no nos hemos hecho a la idea. Será preferible llevar un coche eléctrico a tener un V8 criando telarañas en el depósito por falta de combustible, ¿verdad?

¿Es el coche eléctrico la solución? No, el hidrógeno tampoco lo es. Son soluciones, pero no hay una sola universal y perfecta. Las baterías electroquímicas, con la técnica actual, distan mucho de ser perfectas. Su relación peso/capacidad es malísima, son caras y utilizan materiales preciosos y difíciles de obtener.

Ahora bien, pensemos en si todo el dinero que se ha metido en la industria petrolera, con todo lo que eso implica (guerras, cambios de régimen, explotaciones, prospección, transporte, desastres ecológicos) se hubiese invertido en I+D para coches eléctricos, las cosas serían un poquito diferentes. ¿Alguien dijo densidad energética?

También sería todo muy diferente si no tuviésemos desde pequeñitos ese bombardeo consumista que nos impulsaba, siendo unos mocosos, a desear algo que no necesitábamos. No quiero decir que sean máquinas inútiles, pero una cosa está clara, no todo el mundo que se lo puede permitir lo necesita para ir de A a B en propiedad.

Es posible que, llegado a este punto, pienses que soy un detractor del automóvil y de todo lo que representa. Sin embargo diré en mi defensa que abogo por la transformación del automóvil, más que nada, para que sea algo que pueda perdurar y no pase como en “Mad Max”, el final de las vías.

Los carruajes no tuvieron muchos adelantos desde la Grecia antigua hasta la Inglaterra victoriana, pero el automóvil está a otro nivel, su desarrollo ya era vertiginoso, pero a partir de los 80 su avance ha sido exagerado y ya compiten con los ordenadores en el tiempo que tardan en volverse “obsoletos”.

La industria empieza a espabilar y a separarse despacito del sistema agónico que tenemos hoy día. Atrás quedan ignominias como la muerte del General Motors EV-1, los “malos” casi ganaron. Al final resulta más económico vender coches eléctricos que convertirlos en cubitos, y ya ruedan por nuestras calles.

Bienvenidos al presente.

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