Tras la ruptura entre FCA y Renault, la única salida práctica pasa por la reconciliación

Tanto va el cántaro a la fuente que al final acaba rompiéndose. Algo así le ha pasado al Estado francés durante el proceso de negociación en la fusión entre FCA y Renault, valorado en 35.000 millones de euros y que terminó con un no rotundo del fabricante de Detroit ante un clima político no demasiado halagüeño.

Ahora los interrogantes se centran en qué ocurrirá, si se trata de un adiós definitivo o aún queda alguna puerta abierta para crear el que sería el tercer mayor fabricante de coches del mundo.

¿De quién fue la culpa?

Una de las principales preguntas que se hizo la esfera automotriz y económica después de la negativa de FCA fue quién provocó el desenlace. Francia, que posee el 15 % del capital de Renault, pidió durante el proceso de negociación más poder cuando la fusión se hiciera realidad.

El ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, afirmó que Francia estaba dispuesta a cerrar un trato con FCA, pero "en buenas condiciones". "El Estado se mantendrá firme en la defensa de los intereses industriales de Francia", recalcó.

De hecho reclamó que el acuerdo protegiera los empleos del sector automotriz en el país y que fuera una fusión 50-50. Concesiones que fueron escuchadas pues FCA, que incluso llegó a ofrecerle la sede central de la nueva compañía en París, un puesto para el actual presidente de Renault como director ejecutivo global así como un puesto en la junta directiva para el Estado francés, aspectos que no estaban incluidos en la propuesta inicial.

Pero centrar el chivo expiatorio en el Estado francés puede resultar simplista si tenemos en cuenta todos los factores económicos y políticos que se pusieron sobre la mesa. Los italianos culpan a los franceses, los franceses culpan a la FCA y al recelo de Nissan, el socio de Renault, a bendecir el acuerdo...

Muchas estrategias y actores que no terminaron de encajar.

¿Qué se ha perdido con el no de FCA?

Entre lo que vende FCA y la Alianza Renault-Nissan, la nueva entidad se podría convertir en el primer fabricante mundial con más de 15 millones de vehículos al año, cuando el grupo Volkswagen y Toyota fabrican cada uno poco más de 10 millones de unidades.

Las ventajas de esta fusión también hubieran sido evidentes en términos de ahorro de inversión y costes operativos: plataformas comunes para las marcas del grupo, ahorros en I+D, en logística, fabricación y trasvases de tecnología.

Eso sin contar que FCA le abriría a Renault las puertas del mercado norteamericano mientras que el fabricante francés aportaría su dominio de los segmentos centrales del mercado europeo y sobre todo el salvavidas que necesita FCA: la electrificación.

Claro que el acuerdo también tenía sus sombras, acechando al empleo debido a la sobrecapacidad productiva de FCA en Europa.

¿Hay vuelta atrás?

A la izquierda, Jean-Dominique Senard, presidente de Renault. A su derecha Thierry Bolloré, director ejecutivo.

Según Reuters aún pueden sonar campanas de boda. "Varias fuentes cercanas a la compañía" aseguran que FCA y Renault están buscando la manera de resucitar la propuesta y obtener el sí del socio de la alianza, Nissan. Según la cabecera, Nissan está a punto de pedir a cambio de su aprobación que Renault reduzca significativamente su participación del 43,4 % en la compañía japonesa.

Al parecer FCA ha ignorado hasta el momento las sugerencias de los funcionarios franceses de revisar la propuesta, a pesar de que los directivos de ambas compañías han tenido conversaciones sobre la posibilidad.

El grupo italoamericano se ha quedado con un pastel que tendrá que gestionar, y es el del desarrollo del coche eléctrico. Sin la ayuda de Renault deberá buscar acuerdos puntuales y sinergias que le permitan alcanzar los objetivos de emisiones dictados por la Unión Europa con socios como Hyundai.

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