Así es la vida de Rocney, un conductor de almendrón de La Habana

Rocney se levanta cada día muy pronto para ponerse al volante, por las siempre caóticas y decadentes calles de La Habana, de su vetusto Pontiac del 58. El se dedica como muchos otros en el país comunista, a conducir su coche para el transporte de pasajeros.

Algunos pensarán que se trata del Uber moderno, pero la realidad es que en un país como Cuba, conducir un almendrón o una “máquina”, como también se les llama, parece haber sido la única salida para que muchos jóvenes y mayores puedan ganarse la vida con algo más de dignidad que las que le ofrece el sistema comunista. Te contamos cómo es la vida de Rocney, un conductor de almendrón en La Habana.

La jornada de Rocney empieza pronto cada día en La Habana. Trabaja de lunes a lunes y sus jornadas al volante de ese bonito Pontiac de 1958 son en ocasiones interminables. Ocho, diez o doce horas. No importa. Es la única forma que tiene de ganar un mínimo de dinero para mantener a sus dos hijas y ayudar al resto de la familia.

Los almendrones recorren las calles de La Habana y otras ciudades de Cuba dando un servicio público. Van recogiendo a pasajeros por la calle hasta llenar todos los espacios disponibles dentro del coche. Por eso puedes encontrarte almendrones con 1, 2 o hasta 8 ocupantes, dependiendo de la capacidad del coche.

El mayor cambio que han sufrido las calles de La Habana en los últimos años tal vez sea que, por la visita de Obama hace unas semanas, han asfaltado algunas de las calles por las que él iba a pasar

Por cada viaje, los clientes tienen que abonar entre 10 y 20 pesos cubanos (entre 0,30 o 0,60 euros al cambio), dependiendo de si el trayecto es corto o de si por ejemplo hay que atravesar alguno de los túneles que dan acceso al centro de la ciudad.

Para tener un almendrón y poder utilizarlo para el transporte de pasajeros, debes tener un permiso específico que te habilita para hacerlo. No puede llegar cualquiera con su coche viejo y empezar a cargar gente. Para eso ya está Uber en otras ciudades del mundo.

Los almendrones recorren las calles de La Habana con rutas prefijadas. Los que van por unas calles no van por otras, siguen líneas, y entre los conductores y los potenciales clientes han desarrollado un curioso sistema de signos con las manos para saber si el coche que quieren parar va a ir por el sitio que uno busca.

Una vez que el coche se ha detenido ante el potencial cliente, se pregunta si van hacia el lugar deseado y listo. Si es así, montas en el coche y cierras la puerta “sin tirarla”. Estos coches con más de 50 años a sus espaldas no tienen ningún tipo de sistema que amortigüe el cierre de las puertas, así que mejor no tirar de ella muy fuerte si no quieres que el conductor del almendrón y el resto de ocupantes te miren con mala cara.

Un Pontiac Super Chief Sedán del que no queda casi nada original

El coche de Rocney es un Pontiac de 1958 que poco o nada tiene que ver con el modelo original, que creemos es un Super Chief Sedán, un modelo sobre el que con mínimas modificaciones se lanzaron también al mercado versiones Coupé y descapotables.

Él mismo no sabe que su coche tiene un nombre de modelo específico, y no me extraña demasiado si tenemos en cuenta que del original no quedan más que algunas partes de su carrocería.

Casi ningún coche americano de los años 50 en Cuba mantiene el motor original. Este lleva un Perkins de origen agrícola, caja de cambios de cuatro velocidades y una bomba de freno de Mercedes Sprinter

El motor de serie, un 6.1 V8 de 255 caballos, ha desaparecido para dejar paso bajo el capó a un motor Perkins que originalmente estaba pensado para maquinaria agrícola. El motor es diésel para reducir los consumos respecto al original, y también ocupa mucho menos espacio que este, de ahí que el bajo el capó tenga espacio más que de sobra para llevar por ejemplo un bidón con agua por si hay que meterle mano al motor.

A él se le ha asociado con maestría una caja de cambios de cuatro velocidades, con accionamiento manual a través de la palanca situada al lado del volante. Nada más poner en marcha el motor, el sonido le delata. Se trata de un motor diésel muy ruidoso, en línea con los que utilizan los almendrones que día a día recorren las calles de La Habana.

Ver a Rocney conducir este coche por las tortuosas y rotas calles de La Hababa es algo alucinante. Arranca en segunda porque me dice que la primera, al tener tanto par y una relación de caja de cambios tan corta, es prácticamente inutilizable. Moverse con semejante trasto, con tanto peso y sus más de cinco metros de largo y hacerlo con la agilidad que él demuestra, es digno de maestro del volante. Un volante por cierto que ha heredado de un Daewoo de hace no demasiados años.

Por suerte, Rocney ha ido introduciendo algunas modificaciones a su coche para hacerlo más utilizable. Una de las más destacadas ha sido la colocación de un sistema de frenos de disco en las cuatro ruedas, que cuenta con una bomba de freno de Mercedes Sprinter.

Gracias a estos frenos y a unos neumáticos modernos de origen chino, el coche parece detenerse con más facilidad de la que puedes esperar en un coche que me atrevo a decir que superará con creces las 2,5 toneladas de peso.

Otro de los detalles de los que está más orgulloso Rocney de su coche, son las luces de posición de color verde en la parte delantera. Se las ha puesto recientemente, aprovechando que reparaba el coche tras un accidente que dejó la parte derecha del morro hecha un acordeón. En España son ilegales, pero en Cuba son lo más de lo más, la última moda.

El equipo de música potente, con subwoofer, y las luces de colores, son detalles que no pueden faltar en cualquier almendrón mínimamente cool

Rocney nos llevó durante mi última semana en La Habana a varios sitios sin ir recogiendo a nadie más por el camino, sin dar su servicio habitual. Le habíamos pagado algo más de lo normal para que nos llevase de forma particular a la playa o a cenar, e incluso nos llevó al histórico concierto de los Rolling Stones en La Habana.

Esos trayectos me sirvieron para hablar con él sobre cómo es el trabajo de conductor de almendrón. “Es duro, pero hay cosas mucho peores” me dice Rocney, siempre orgulloso de lo que hace.

Aunque dedica muchas horas al trabajo, dice que prefiere estar ocho, diez o hasta doce horas al volante de su Pontiac antes que dedicarse a otras profesiones. Uno de los motivos principales que ha llevado a gente muy preparada a pasarse a los almendrones, es el sueldo.

En un país en el que un médico cobra unos 25 CUC al mes (unos 24 euros al cambio), o en el que un ingeniero no supera los 20 CUC mensuales de sueldo, tener la posibilidad de ganar hasta 40 CUC al día conduciendo un almendrón es tener una posición privilegiada.

Tal vez por eso estos viejos coches están tan cotizados. Por un Pontiac como el de Rocney se llegan a pagar hasta 10.000 CUC, y no precisamente por su valor histórico, que por desgracia es casi nulo. ¿Sabéis lo que son 10.000 CUC cuando el salario medio es de 20 CUC al mes?

Le pregunto a Rocney por los coches modernos, que hay algunos por las calles de La Habana. “Esos son carísimos”, me dice mientras a nuestro lado se para un Peugeot 206 de anterior generación. “Mira, este cuesta unos 15.000 CUC”, me dice señalándolo.

15.000 CUC por un coche que en España no costaría más de 2.000 euros es un dineral, pero así son las cosas en Cuba. Mientras seguimos el trayecto que nos llevaría a las playas del este, sigo preguntando de todo a Rocney mientras el reggaetón atrona a todas horas a través del equipo de música, como manda la norma en estos almendrones cubanos.

Estos viejos cacharros podrán carecer de muchas cosas, pero de lo que no carece ninguno es de un equipo de música potente, con un buen subwoofer y un frontal electrónico de carátula extraíble. Allí los Pioneer y los Kenwood siguen siendo lo último, y por eso muchos coches llevan las pegatinas de estas marcas, que en Europa parecen haber casi desaparecido.

Cuando tu mayor aspiración es ponerle aire acondicionado al carro

Si el exterior del Pontiac Super Chief Sedán poco tiene que ver con el modelo original, algo similar ocurre con el interior. Todo el salpicadero ha cambiado y un logotipo de Nissan pegado sobre una salida de aire preside el habitáculo.

A su lado un ventilador de mesa. Rocney lo conecta cuando hace demasiado calor, algo habitual en días como los que compartimos en La Habana. Me dice que lo próximo que le quiere hacer al coche es ponerle aire acondicionado, porque si no los días son insoportables, especialmente en verano.

¿Aire acondicionado a este coche? ¡Pero si se ve el suelo desde muchos agujeros de la carrocería! Desde que me dijo eso, empecé a fijarme y es cierto que algunos almendrones, especialmente los mejor conservados, van con las ventanillas cerradas, lo cual quiere decir que tienen aire acondicionado.

“¿Te relacionas con mucha gente conduciendo un almendrón?” le pregunto a Rocney. “Poco”, me contesta. “La mayoría de la gente se sube al coche y ni siquiera nos dirigen la palabra. Unos van con los cascos y su propia música, otros simplemente se entretienen con el reggaetón y viendo por la ventanilla”, me dice.

“Aunque es cierto que si haces las mismas rutas de forma habitual, sueles encontrarte más o menos a la misma gente, algunos ya conocen tu coche y te paran porque sabes que conduces bien”, me dice.

La tapicería de flores de su coche puede que no sea la más bonita del mundo, pero hay que admitir que está en mucho mejor estado que la de la mayoría de almendrones que cogí durante el viaje a La Habana. Los agujeros en los asientos, e incluso los muelles que salen por los laterales de la banqueta, son lo habitual en muchos de estos coches.

Jugando a esquivar los baches, las calles rotas por el paso del tiempo y la nula inversión en mantenimiento de las infraestructuras, pasan los días los conductores de almendrones de La Habana y de otras ciudades de Cuba mientras esperan un ansiado cambio que parece no llegar jamás en un país en el que parece que el tiempo no pasa.

"Mira, por aquí ha pasado Obama", me dice recorriendo calles cercanas a Quinta Avenida. Lo sabe porque han asfaltado la calle, y han colocado parches para tapar los agujeros que llevaban años sin que nadie se preocupase por ellos. Ese parece ser el mayor cambio que Cuba ha vivido en los últimos años.

Nos despedimos de Rocney en el Aeropuerto José Martí de La Habana. Volveremos pronto para verle a el y a otros amigos cubanos, y me juego mucho a que cuando llegue ese momento, más tarde o más temprano, tal vez el único cambio que apreciemos en el país sea que Rocney ha conseguido juntar el dinero necesario para ponerle el aire acondicionado a su Pontiac del 58 con luces verdes.

En Motorpasión | Los coches en Cuba, una vuelta al pasado

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