Una norma que convierte a Asjabad en un escaparate urbano tan deslumbrante como inquietante
En un mundo donde la personalización del coche forma parte de la identidad de cada conductor, Turkmenistán es la excepción. En Europa, por ejemplo, elegimos mayoritariamente colores neutros como el blanco, el gris o el negro por valor de reventa, seguridad o costumbre. En su capital, Asjabad, en cambio, circular con un coche que no sea blanco puede acabar en multa, retirada del vehículo o en la obligación de repintarlo por orden de las autoridades.
No es una ley de tráfico al uso, es una imposición aplicada con rigor, vinculada directamente a las creencias personales del poder político. Y esto es sólo una pieza más del complejo puzzle de control que define a uno de los países más cerrados y peculiares del planeta.
Una capital diseñada para ser blanca por dentro y por fuera
Asjabad no es una ciudad cualquiera. Ostenta el récord Guinness como la ciudad con mayor número de edificios revestidos de mármol blanco, un material omnipresente en ministerios, hoteles, avenidas y hasta en el aeropuerto. Esa obsesión cromática se trasladó también al parque móvil cuando, en 2015 se prohibió la importación de coches negros.
No hubo explicación técnica alguna, simplemente, se ejecutó. En 2018 la cosa fue más lejos y las autoridades comenzaron a retirar de la circulación coches negros, grises u oscuros, obligando a sus dueños a repintarlos de blanco o plateado si querían recuperarlos.
Según recogieron entonces medios internacionales como la BBC y Times of India, la medida respondía a la preferencia personal y supersticiosa del entonces presidente Gurbanguly Berdimuhamedow, convencido de que el blanco trae buena suerte y transmite prosperidad. Así, el coche pasó a formar parte del decorado oficial y el impacto fue inmediato.
Turkmenistan
Cuando el coche se convierte en un símbolo político
Talleres de chapa y pintura vieron cómo los precios se disparaban ante la avalancha de propietarios obligados a cambiar el color de su coche. Otros optaron por vender sus vehículos en países vecinos, incapaces de asumir el coste. Todo, en un mercado automovilístico ya de por sí limitado y fuertemente intervenido.
En Turkmenistán también se han restringido las lunas tintadas, ciertas cilindradas, e incluso el simple hecho de llevar el coche sucio, se considera una infracción. El coche, lejos de ser un espacio de libertad, es otro elemento más de control.
Un país donde la estética importa más que la vida cotidiana
La imagen de Asjabad (conocida como Ciudad del Mármol Blanco o Ciudad del Amor) impresiona: grandes avenidas, tráfico escaso, edificios monumentales… y muy poca gente por la calle. Y es que gran parte de la ciudad está pensada para desfiles, actos oficiales y proyección internacional, no para una vida espontánea.
Es una capital visualmente impactante, pero extrañamente vacía. Y ese mismo control se extiende al día a día: internet está muy censurado, las redes sociales como Instagram, WhatsApp o Facebook están bloqueadas, y el acceso a información exterior es mínimo. Turkmenistán funciona como un escaparate pulido hacia fuera y hermético hacia dentro.
Visitar Turkmenistán es posible, pero siempre bajo condiciones estrictas. Los turistas se mueven acompañados de guías oficiales y los propios ciudadanos tienen enormes dificultades para salir del país. Este alberga iconos que fascinan al mundo, como el cráter de gas de Darvaza o ‘la Puerta del Infierno’, ardiendo sin descanso en mitad del desierto. Un símbolo perfecto de sus contradicciones: espectacular, extremo y difícil de explicar.
Imágenes | Unsplash
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