Carta abierta a la Comisión Europea

Buenos días, señores de la Comisión Europea. Permítanme que me presente. Soy un tipo la mar de normal. Sí, en serio. Aunque haga años que tengo engañada a mi madre con el cuento de que soy pianista en un burdel, figúrense, con los dedos morcillones que yo tengo. Aunque haga años que reflexiono sobre esa materia tan aburridota como es la Seguridad Vial (en mayúsculas, por materia).

Como soy un tipo la mar de normal, como apenas cuento con títulos en mi haber, hay algunas cosas que se me escapan. Y de eso quería yo hablarles hoy, si no les incomoda. ¿Por qué? Pues porque, por lo que tengo entendido, por sus manos pasan, antes del trámite parlamentario, proposiciones y redactados que nos afectan, y quizá algo de lo que les cuente les podría interesar. Quizá no.

Hasta donde yo tengo entendido (y si estoy equivocado háganmelo notar indicándome que no es esta la ventanilla adecuada ante la que verter mis tribulaciones), en sus despachos se modulan asuntos que tienen que ver con nuestras reglamentaciones comunitarias, que luego pasan a ser locales de cada Estado miembro, sobre los vehículos y su circulación.

Sobre los vehículos hay varios puntos que no entiendo. Sobre la circulación, muchos más, y eso que se supone que me conozco al dedillo la normativa que le es de aplicación, al menos hasta los vehículos de las categorías M1, N1 y O1, que las otras me las dejé un poco apartadas hace unos años y ahora me tendría que poner al día con la LOTT, el ROTT y todo aquello. No sufran de forma anticipada, que las cuestiones que me bailan por la cabeza son mucho más básicas que eso.

Las normas de la casa de la sidra

Y como son básicas, a la base me voy. No entiendo que en pleno siglo XXI no exista, al menos en el Estado miembro en el que yo tuve a bien nacer, un criterio moderno para elaborar las leyes de manera que estas se asemejen a reglamentos. Para que se entienda esto, les aclaro lo que dice la Real Academia Española sobre esa palabra: reglamento. No sé lo que dirán los diccionarios oficiales alemán, francés, checo o noruego, por nombrar algunos (y no lo voy a buscar ahora):

Colección ordenada de reglas o preceptos, que por la autoridad competente se da para la ejecución de una ley o para el régimen de una corporación, una dependencia o un servicio.

No, no es eso lo que veo cuando tomo el redactado legal de las cosas que me afectan como conductor, como propietario de un vehículo o como simple (que de simple no tiene nada) usuario de la vía. Y me temo que el mismo problema que tienen los reglamentos del Estado miembro en el que tuve a bien nacer lo tienen las Directivas comunitarias de donde parten en la actualidad. Más que nada porque algunas hasta me las he leído. Sí, no tenía otra cosa que hacer, ya ven.

Total, que cuando leo según qué, me acuerdo de 'Las normas de la casa de la sidra', y no por el trabajo de Charlize Theron en la película (que sería una buena manera de acordarse) sino por una de las bases de la poliédrica novela de John Irvin que en la adaptación cinematográfica se aprecia muy bien: una norma debe ser entendida, aceptada y legitimada por las personas a las que afecta. Eso me lo contaron en la facultad, hace ya años, y la verdad es que le vi el sentido.

Si no es así, no se observará esa norma, y lo único que le quedará al encargado de velar por el cumplimiento de la norma será castigar a los infractores, aunque estos no tengan ni idea de por qué se les castiga. Lo de "el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento", con un detalle: que el lector sea analfabeto, como en la película, o que la ley esté redactada con los pies.

Si está demostrado --porque lo está-- que las personas reaccionamos positivamente, acatamos y hasta nos convertimos en militantes de una norma cuando comprendemos que el espíritu que la sustenta va en la línea de conseguir un escenario mejor, ¿por qué no se trabaja para lograr unos reglamentos que lo sean y que expliquen los porqués de las normas? Más allá de las plúmbeas anotaciones que forman parte de los preámbulos de las leyes, quiero decir.

Vehículos y otros artilugios

Pero no era este realmente el motivo por el cual yo me he decidido hoy a enviarles esta misiva imaginaria. Espero que algún día aprendan a redactar reglamentos. Entre tanto, estaría bien que se superasen, como digo, en pleno siglo XXI, algunos tics del pasado, como que los sucesivos reglamentos (pienso ahora en vehículos) deban amparar hasta el coche que llevaba mi bisabuelo.

Oigan, que no. Que han pasado años ya y (para que me entiendan de forma adecuada lo expresaré en un tono modernísimo, muy de su época) "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad". Que se puede legislar para la abrumadora mayoría de los vehículos actuales y luego, si es menester, crear un apartado especial y excepcional para el coche de mi bisabuelo, algo así como lo que hay para los vehículos históricos.

Digan ya --o digan a sus homólogos del Estado miembro donde tuve a bien nacer que digan-- que un turismo sin retrovisor derecho ni es turismo ni es , que el ESP no debe ser un lujo sino una obligación o que hoy en día no es de recibo que los faros antiniebla delanteros sean opcionales. Hay más ejemplos; les animo a buscarlos y, si eso, a solucionarlos.

Para más información sobre las luces opcionales, pregunten a un tal xavibarcelona (que entiendo que se llama Xavi y vive en Barcelona), que el otro día se ciscaba en todo lo ciscable a raíz del artículo sobre el desglose de equipamiento del Mazda3, cuando vio que este, como tantos otros vehículos, no cuenta con el alumbrado antiniebla delantero desde el nivel más básico. Estoy de acuerdo con él, considero este anacronismo una patética tomadura de pelo apoyada en leyes desfasadas.

Ya que me he venido arriba, aprovecho la presente para pedirles por todos los medios habidos y por haber que se pongan las pilas y empiecen a considerar toda la manada de vehículos y pseudovehículos que comienzan a poblar las calles. Esta idea se la acabo de robar por toda la cara a Francesc Esteban, que el otro día estuve viéndolo en acción en una ponencia y se refería a las dificultades que presentan, en cuanto a su rol en la circulación, bichos rodantes tales como los patinetes motorizados, los segways, los skates con motor y otros trastos afines. Vamos, si a estas alturas de la fiesta no sabemos qué papel representa exactamente una bicicleta en el entramado vial, ¡como para irnos con inventos de después del siglo XIX!

¿Saben qué ocurre? Pues que esos trastos se venden en la UE, la gente los usa para ir por la calle y el día menos pensado, cuando ocurra una desgracia que hoy por hoy es más que previsible, todos se van a llevar las manos a la cabeza. Todos, menos el que ya no las pueda mover, claro. Y es una pena, porque se supone que el espíritu de las leyes debería andar de la mano de la prevención.

Por cosas como estas que les he contado es por lo que hoy me he levantado guerrero (al fin y al cabo, Francesc Esteban me dijo el otro día que a mí me gusta ir un poco al revés que los demás, y digo yo que quizá tenga algo de razón, me consta que está más o menos al tanto de cosas que publico) y me he liado a escribirles lo que me ha venido a la cabeza; así, a lo burro, sin consultas ni almohadas.

Me despido ya de ustedes, señores de la Comisión Europea, reconociendo que tampoco es que haya puesto yo mucho orden ni concierto en mi redactado. Es que a mí me enseñaron que el emisor tenía que codificar el mensaje pensando en el receptor que lo tendría que descifrar, y nada, eso: que no he recurrido a gongorismos de casualidad. Aunque intuyo que ustedes los habrían sabido apreciar.

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