Del despacho de Pere Navarro a la inquina popular

Claro, si yo fuera lector habitual de La Razón me incendiaría y me soflamaría el ánimo leer que con la que está cayendo en el mundo entero Pere Navarro se gasta un millón de euros para cambiar de despacho. Luego vería las explicaciones del director de la DGT y quizá le otorgaría el beneficio de la duda al declarante. O a lo mejor no le otorgaría nada, no lo sé, no soy lector de ese diario.

El caso es que Pere Navarro anda de mudanzas profesionales a unos meses de las elecciones y el caso es también que tras un porrón de años al frente de la DGT acumula tanta admiración como odio visceral entre sus administrados. Que sí, que sí, que hay gente que lo aprecia. Es un tipo de esos a los que pocos escuchan y del que muchos hablan, así que hoy me voy a sumar yo al deporte nacional. Como quien invita a hablar del milenarismo, hoy pido yo un minuto para hablar de Pere Navarro.

Comenzamos por la polémica del despacho (y así nos quitamos este asunto de encima), que viene dada porque Navarro se traslada del número 44 al 28 de la madrileña calle de Josefa Valcárcel y porque una periodista de La Razón se lía a hacer cuentas al ver desde su ventana del número 42 (sede del rotativo) cómo su vecino el de la barba se mueve arriba y abajo gastándose un millón de euros que al final no parece ser tal si ponemos un poco de atención al tema. Por su parte, el director de la DGT replica en el mismo periódico:

¿Qué ha costado el traslado? 3.280 euros (i.v.a. incluido) de una empresa de mudanzas que durante un día y medio han desmontado los muebles de un edificio, los ha trasladado al otro y los han vuelto a montar. No se ha comprado ni una mesa, ni una silla, ni una lámpara… nada nuevo. Solo un traslado.

Hombre, en esta vida yo he hecho ya varias mudanzas y nunca me he dejado semejante pastón en el asunto, pero bueno. Además, sorprende este traslado porque en 2007 ya se fue Navarro del 28 al 44 y ahora vuelve a casa, vuelve, sin el patrocinio del tío de los turrones. De hecho, los hay que, en su conjeturar, aseguran que Navarro no se comerá los citados dulces en la DGT, así que visto de esta manera poco se entiende tanto ir y venir con archivadores y grapadoras. Dejando eso al margen, lo más destacable del caso nos lo cuenta, también, Pere Navarro:

¿Es verdad el titular del diario? No. ¿Es absolutamente mentira? Bueno, es opinable y depende del cariño que le tengan al director de tráfico tanto quien ofrece la información como quienes la lean.

Y de ahí, a lo que estamos. ¿De dónde proviene esta (¿supuesta?) inquina contra Pere Navarro?

¿Quién es ese hombre?

Pere Navarro Olivella nació géminis en la Barcelona de 1952, el domingo, 25 de mayo para ser precisos. Unos años más tarde se licenció como Ingeniero Industrial de la ETSEIB seguramente armado con patillorras y pantalones de campana, que los setenta fueron suyos y la moda no perdona aunque ahora muchos queramos olvidar aquello.

En su trayectoria profesional se incluyen cargos públicos por doquier, relacionados en primer lugar con la Inspección de Trabajo y Seguridad Social, y más tarde emparentados ya con el Gobierno Civil de Barcelona y de Girona. El cómo se relaciona la ingeniería industrial con estas funciones es algo que se me escapa, pero si tienes curiosidad por ver al Navarro de aquella época, aquí hay una foto de 1985.

A finales de los noventa, pasó al sector de la Movilidad y la Circulación en Barcelona. Y a partir de ahí, todo le vino… rodado (lo sé, parece un chiste de Matías Prats) para convertirse en máximo responsable de la Dirección General de Tráfico, Ministerio del Interior, Gobierno de España. Estrenó su primer despacho de director de la DGT el 8 de mayo de 2004 y en poco tiempo se dio a conocer en todo el país.

Ah, y sí que tiene permiso de conducir. Nada, por si las dudas. Página 3, ahí aparece un bulo que fue repetido por activa y por pasiva y que Navarro se encargó de desmentir ante una horda de periodistas. Claro, que eso ocurrió tres años antes de sufrir una muy mediática caída de moto sobre hielo que al menos dejó claro que tenerlo, lo tiene.

Subidón, subidón… debido a un enorme bajón, bajón

Quienes alaban la figura de Pere Navarro explican que el actual director de Tráfico ha supuesto un antes y un después en este medio siglo de DGT y, especialmente, en la reducción de la mortalidad en carretera, con unas cifras que habían conocido su punto álgido en 1989, que se mantuvieron estables entre 1994 y 2003 y que a partir de 2004 cayeron en picado, coincidiendo con la llegada de Navarro al organismo encargado de llevar a la práctica la política vial española.

Para los defensores del director de Tráfico, sin duda la adopción del permiso por puntos constituye la principal baza de Pere Navarro en todos estos años de gestión. Ya se sabe que el éxito tiene muchos padres mientras que el fracaso es huérfano, y uno de los padres es la innovación tecnológica en materia de seguridad, pero también es cierto que la simple existencia de un permiso de conducir que se puede perder con infracciones ha introducido un interesante matiz en nuestro país.

Y es que incluso quienes sentimos que este hombre ni nos fu ni nos fa demasiado hemos de reconocer que la gestión de Pere Navarro al frente de la DGT ha servido para que la seguridad vial salte a la palestra y se considere, que lo es, una necesidad de primer orden en la misma medida que la siniestralidad vial debe considerarse una lacra de la sociedad.

El legado de Pere Navarro I, ‘el Recaudador’

A Pere Navarro no le gusta que le llamen “recaudador”

Pero si los defensores de Navarro hablan de cifras, los datos de la DGT aparecen como manipulados a ojos de los detractores del actual director de la DGT. Que si son reales, que si son falsos… Para más información, le puedes preguntar a Pedro Javaloyes, que se supone que sabe de estas cosas, y sacar tus propias conclusiones, que ahí yo ni entro ni salgo, que las estadísticas las carga el diablo.

Por otra parte, la fama que persigue a Pere Navarro y lo que quedará para la posteridad es su imagen de recaudador oficial del Reino, aunque el dinero lo recaude Hacienda, que (se supone que) somos todos. Desde luego, la tarea que se ha buscado este hombre es ingrata y, convertido en la Señorita Rottenmeier que se encarga de recordar a los conductores que no todo el monte es orégano, él lleva su particular papel de poli malo con una actitud no exenta de cierto victimismo conformista.

Objetivamente se le puede recriminar el haberse fijado sólo en excesos de velocidad y alcoholemias, que son factores fáciles de perseguir y de rentabilizar, mientras que ha dejado de lado la velocidad inadecuada (que no es lo mismo), buena parte de las distracciones (móviles al margen) y también la distancia de seguridad, que es uno de los verdaderos quebraderos de cabeza que sufre buena parte de nuestro censo de conductores cuando se ven asediados por los demás.

Asimismo, a Navarro se le puede echar en cara el haber centrado su actividad en la persecución del conductor antes que procurar su formación continuada (la del conductor, claro). Al menos el particular bullying de la Rottenmeier se basaba en conseguir que Heidi/Adelaida se convirtiera en una mujer de provecho… Navarro, por contra, lleva el sambenito de la represión basada en el principio del porque sí, porque lo dice él, y eso no puede ser bueno para un gestor de lo público.

Pero, por encima de todo, si por algo merece Pere Navarro un buen tirón de orejas es por su continuada falta de talento a la hora de comunicar a la ciudadanía lo que de ella espera, aunque el problema de fondo no es que no haya sabido comunicar sino que ni siquiera parece que eso le haya importado demasiado. Cuando habla, le rodea un aura de condescendencia del listo que todo lo sabe, y eso no es de recibo cuando quien le escucha es a la vez su cliente y su jefe: el contribuyente.

Acabo esta anticipada despedida dedicada a Pere Navarro como director general de Tráfico, cuando se traslada de despacho para estar más cerca de los suyos (los que controlan el Presupuesto del Estado), con una frase-resumen: Pere Navarro no lo ha hecho mal, pero tampoco lo ha hecho bien. Y además se ha ganado para sí mismo y para quien recoja su testigo una imagen institucional difícil de reconducir.

En fin… ¿Le damos un aplauso y le dejamos que se vaya?

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