Cursos de conducción avanzada: ¿gratuitos o no?

Interesante cuestión, la que planteaba tdipower días atrás en Motorpasión Respuestas: ¿Sería rentable que el estado impartiera cursos de conducción gratuita? Todo viene porque en un día de lluvia avistó dos siniestros en menos de 4 kilómetros y se le encendió la bombilla: "¿No sale más barato impartir cursos que arreglar luego los desperfectos ocasionados?", preguntaba.

Y sí, la lógica nos dice que es más barato construir bien que construir de cualquier manera y luego tener que reconstruir lo destruido. Pero quizá esta afirmación tope con algunos escollos que habrá que sortear. Vamos a ver si, en definitiva, interesa o no esa formación avanzada y si es la Administración quien debe sufragar el coste.

"Esto se debería enseñar en las autoescuelas"

Es habitual que cuando finaliza un curso de conducción avanzada se escuche este comentario: "Esto se debería enseñar en las autoescuelas". Bien, pues no. O no siempre. Aunque la frase es muy bonita cuando la emite alguien desde un punto de vista externo, y aunque esta afirmación coseche vítores con suma facilidad, no siempre es posible pasar este mochuelo a las autoescuelas.

En primer lugar, por lo obvio: porque cuesta un dinero que cuando uno es un chaval de 18 años no quiere gastar, por más que le vendan la idea con violines. Él va a lo que va, y cualquier intento de cobrar un céntimo de más será percibido como un abuso. Por lo general, digo.

En segundo lugar, porque aunque cuando uno se recuerda a sí mismo en la autoescuela resulta que era una mezcla de Ari Vatanen y Juha Kankkunen... resulta que en la cruda realidad eso no necesariamente era así. Que mientras se formaba para aprender lo básico sobre circulación apenas se podía esperar de él un gruñido por respuesta si se le preguntaba por algo complicado. Que el proceso de aprendizaje es eso, un proceso.

Explicado de otra manera: para aprender una cuestión compleja (el adjetivo es el que usan los psicólogos desde un punto de vista científico) como es la circulación a bordo de un vehículo (observar en movimiento elementos estáticos y dinámicos, seleccionar estímulos, comparar la información percibida con un bagaje previo, decidir y ejecutar la decisión en un tiempo mínimo) son necesarias las etapas.

Y de ahí llegamos a la idea troncal. Las autoescuelas deben servir para que los conductores se inicien en la conducción y en la circulación. Pero deben fomentar una cierta visión autocrítica del conductor, es decir, luchar contra la idea de "chaval, tienes el rosa, ergo ya sabes conducir". Y de esa visión tiene que venir lo obvio:

A conducir nunca se aprende del todo.

Formación continuada, por favor

Si el conductor sale a la calle con la "L" en la chepa sabiendo que está más verde que la señal V-13 que le distingue como novel, y si es consciente de los riesgos que corre y hace correr a los demás, quizá estemos allanando el terreno para un escenario que es el óptimo: la formación continuada.

¿Dejaríamos que reparase nuestro ordenador un técnico que se hubiera quedado en los tiempos del CP/M?

¿Qué sentido tiene darle a una persona un permiso de conducir y no revisárselo nunca más en la vida?

Pues eso: ningún sentido.

Uno, que conoció los primeros ordenadores personales y domésticos cuando ya tenía edad de afeitarse, no le confiaría su actual ordenador a un técnico informático que se hubiera quedado anclado en los tiempos del sistema operativo CP/M, sin más reciclaje al cabo de un montón de años. ¿Por qué tenemos que esperar, entonces, que ese conductor que nos viene de frente entre la lluvia esté acertado en su macarrónica idea de frenar mal y tarde cuando se apercibe de que el coche se le va de lado contra nuestra jeta?

Disponemos en nuestro país de un permiso de conducir que --se supone-- tiene una vigencia limitada en el tiempo. ¿Por qué no aprovechar esos altos en el camino para mejorar la formación de los conductores? Cuando nos toca una renovación, ni los coches son los mismos que cuando renovamos por vez última, ni algunas normas son las mismas (¿hablamos de rotondas?, no, mejor no).

¿Qué sentido tiene presuponer que los conductores mejoran sus conocimientos, destrezas y actitudes por ciencia infusa? La última vez que escuché a alguien de la DGT pronunciarse sobre esto, la respuesta fue para tomar nota: Si de repente la DGT promoviera la formación continuada de forma obligatoria, todo el mundo pediría la cabeza del director de Tráfico.

La declaración la hizo un tal Pere Navarro. La última vez que supe algo de él, lo habían destinado a Marruecos, a hacer de consejero de Empleo en la Embajada de España.

Esto, ¿quién lo paga?

Imaginemos que alguien tomase por los cuernos el toro que Navarro esquivó. Imaginemos que, efectivamente, se propone que realicemos cursos de conducción avanzada como requisito para la renovación del permiso de conducir. Imaginemos que Navarro estaba equivocado y que nadie pone pegas (que ya es imaginar).

¿Es mayor el beneficio obtenido por la reducción de la siniestralidad que el coste derivado de esta formación? Veamos... Somos unos 25,8 millones de conductores según datos publicados relativos a 2010, aunque de memoria me suena un número mayor, quizá 27 millones. Dejémoslo en 26.

Si esos 26 millones de permisos deben pasar una renovación cada 10 años (cada 5 años los profesionales, esto es, 1,7 millones de permisos aproximadamente) y si un curso puede tener un precio desde 200 o 300 euros, a mí me sale un pastizal anual (como promedio). ¿600 millones de euros o me he equivocado con el cálculo?

En dinero, ¿cuánto supone la siniestralidad vial con víctimas en un país como España? Nada más y nada menos que 10.711 millones, según datos de 2012. Aunque la formación no lo resolviera todo, ¿saldría a cuenta, a nivel de país, realizar estos cursos? Sin ningún atisbo de duda. Pero la cuestión es: ¿Debería pagar el Estado los costes derivados de ellos?

Para responder, conviene disfrazarse de abogado del diablo.

En primer lugar viene la pregunta obligatoria: ¿Por qué? ¿Es obligatorio obtener el permiso de conducir? Para algunas personas sí, porque viven donde Cristo perdió el gorro y el coche no es un lujo sino una necesidad. Pero, en sí, obligatorio no es, como pueden ser la Educación Primaria y la Secundaria. Entonces, ¿por qué deberíamos pagar todos esa formación adicional de un particular?

Luego, si un curso se percibe como gratuito (aunque gratis en la vida no hay nada), ¿se valorará en su justa medida por quien lo reciba? Pues... depende, pero dice Dan Ariely que no, y de esto el hombre entiende un rato. Igual que cogemos más caramelos de los que podremos comer en tres vidas cuando sabemos que en la Cabalgata son gratis (pagados con nuestros impuestos), tendemos a valorar poco (o nada) aquello que hemos obtenido sin percibir que realizábamos un esfuerzo económico.

La cuestión de fondo, en realidad, es si valdría la pena arriesgarse a topar con posturas como esas de nuestro abogado del diablo. Y la respuesta es obvia: por supuesto que sí, y uno no sabe a qué estamos esperando exactamente.

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