Un matrimonio dio 22 veces la vuelta al mundo con cero postureo: el protagonista fue un Mercedes Clase G indestructible convertido en camper

La historia real de Günther y Christine Holtorf: 885.000 kilómetros, más de 177 países y una vida entera a bordo de su Mercedes Clase G camperizado, sin GPS y sin patrocinadores

Irene Mendoza

En 1988, el ejecutivo Günther Holtorf decidió que ya había pasado demasiadas horas metido en aeropuertos. Dejó su puesto de director de una aerolínea alemana, cansado del ritmo corporativo y de las reuniones sin fin, cambió los aviones por los coches y se compró un Mercedes-Benz 300 GD al que bautizó como “Otto”.

Con Christine, su compañera de vida, lo preparó con lo justo para hacer un viaje de 18 meses por África. Pero lo que empezó en 1990 como una pausa laboral se convirtió, sin planearlo, en una vuelta al mundo que duró más de dos décadas. A lo largo de esos años recorrieron más de 885.000 km, una distancia equivalente a dar 22 veces la vuelta al planeta, atravesando 177 países reconocidos y más de 200 si contamos territorios y regiones autónomas. 

En 2014, “Otto” regresó a Alemania y fue incorporado al Museo Mercedes-Benz de Stuttgart, donde hoy sigue expuesto como el vehículo que más fronteras ha cruzado en la historia.

Un Mercedes Clase G de 1988 convertido en casa, taller y pasaporte

“Otto” era un 300 GD con motor diésel de cinco cilindros en línea con 88 CV. Nada de lujos ni electrónica, solo fiabilidad total a prueba de desiertos. Günther y Christine retiraron los asientos traseros e instalaron una plataforma de madera con un colchón. Ya tenían cama. Debajo, las herramientas, repuestos, víveres y utensilios de cocina.

En el techo el trastero eran unas cajas de aluminio. Viajaban sin aire acondicionado (porque que Günther desmontó y regaló a un mecánico en Kenia en uno de sus primeros destinos), sin GPS y sin móvil, guiándose solo con mapas de papel. Su rutina era casi militar: cambio de aceite cada 5.000 kilómetros, conducción suave (rara vez superaban los 80 km/h) y sustitución preventiva de piezas.

Nunca se tocaron ni el motor, ni la caja de cambios. Y eso que del total de kilómetros recorridos, más de 200.000 km fueron fuera del asfalto, entre pistas, selvas y desiertos. Además, el coche cruzó océanos 36 veces en ferry o en contenedor marítimo. “Otto” fue pura fiabilidad mecánica y disciplina. Intenta eso con un coche moderno.

Fronteras difíciles, sustos y una promesa

En una entrevista de 2013, Holtorf contaba que los países socialistas fueron los mayores desafíos burocráticos: China les obligó a circular escoltados durante meses, y tras años de gestiones, “Otto” se convirtió en el primer vehículo extranjero autorizado oficialmente a entrar en Corea del Norte. Sí, consiguieron cruzar Corea del Norte.

Pero el camino también puso a prueba su resistencia física. En Madagascar, un camión los sacó de la carretera y el coche volcó… estuvieron semanas reparándolo. En África, Günther sufrió hasta ocho ataques de malaria y una infección en el pie que casi hace que le amputen la pierna. En Sudán, con un hombro dislocado, condujo cientos de kilómetros hasta el hospital más cercano.

Pero lo peor llegó en 2010, cuando la historia dio un giro inesperado: Christine fue diagnosticada de un tumor facial agresivo y falleció pocas semanas después de que la pareja se casara. Günther decidió entonces seguir viajando solo, cumpliendo la promesa que se habían hecho de terminar el viaje juntos. Decía que “en cada frontera, cada pista y cada noche bajo las estrellas, ella seguía con él”.

Presupuesto justo, cero postureo y lecciones que siguen vigentes

La filosofía de la pareja era muy simple: vivir con lo mínimo y disfrutar de lo esencial. Financiaban el viaje con sus ahorros, la pensión de Günther y los ingresos del atlas urbano de Yakarta que él mismo había creado años atrás. Compraban en mercados locales, cocinaban en un hornillo sobre el paragolpes y dormían en el coche o en hamacas. En la primera etapa africana vivían con entre 250 y 500 euros al mes al cambio, incluyendo combustible, visados y comida.

Holtorf solía decir que “un día perfecto cuesta menos de lo que gastas en una cena”. Su forma de viajar lo demostraba: sin hoteles, sin prisa y sin conectividad, observando el mundo desde la ventanilla. De su experiencia quedan tres lecciones atemporales para cualquier viajero: la mecánica sencilla alarga la aventura, la prudencia es el mejor seguro (si un sitio no da buena espina, se cambia) y la curiosidad sigue siendo el motor más fiable.

El desenlace: de la pista al museo, y el legado de un viajero irrepetible

El 8 de noviembre de 2014, Günther cerró el círculo en la Puerta de Brandeburgo, en Berlín. Allí fue de donde partió con su compañera y allí entregó las llaves de “Otto” al entonces presidente de Daimler, Dieter Zetsche, en un gesto que resumía una vida entera en la carretera.

El coche fue trasladado a Stuttgart, donde hoy se exhibe con su pintura original, las pegatinas de cada frontera y las huellas del tiempo como medallas de guerra.

Años después, el 4 de octubre de 2021, Günther Holtorf falleció en Alemania a los 84 años. Otto sigue allí, expuesto bajo la luz del museo, recordando a todos los que lo visitan que viajar no siempre trata de llegar más lejos, sino de disfrutar del camino. En tiempos de pantallas y prisas, su historia es un recordatorio de que el verdadero lujo es tener tiempo para viajar por el mundo.

Imágenes | Mercedes-Benz

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