De los coches a los aviones de guerra: el día que Ford levantó la mayor fábrica del mundo y empezó a producir un bombardero cada hora

  • Ford aplicó sus técnicas de producción en cadena a la aviación y logró fabricar un bombardero B-24 cada 63 minutos

  • Willow Run, una planta de más de un kilómetro y medio de largo, cambió para siempre la industria y el curso de la guerra

Irene Mendoza

Decían que era imposible. Ni siquiera Henry Ford, el hombre que había motorizado a EEUU con el modelo T, parecía capaz de fabricar un bombardero pesado cada hora. Pero en plena Segunda Guerra Mundial, su compañía lo consiguió.

La fábrica de Willow Run, situada al oeste de Detroit, fue mucho más que una planta de producción: fue un símbolo del ingenio industrial americano. Con más de un kilómetro y medio de largo, cambió para siempre la historia de la aviación al aplicar por primera vez la producción en cadena del automóvil a los bombarderos B-24 Liberator.

El día que la industria del motor se fue a la guerra

En 1938, Europa se hundía en el caos. Hitler había ocupado Austria y los ejércitos nazis avanzaban por el continente. Al otro lado del Atlántico, el presidente Franklin D. Roosevelt veía lo inevitable y pidió al Congreso fabricar 10.000 aviones, una cifra impensable para un país que aún sufría las secuelas de la Gran Depresión.

Según recordaba el piloto y exdirector del Yankee Air Museum, Randy Hotton, en una entrevista: “Estados Unidos tenía entonces el duodécimo ejército del mundo, por detrás incluso de Brasil. Sólo contábamos con 32 tanques y 54 bombarderos pesados”. Ante semejante debilidad, Roosevelt recurrió a quienes sabían fabricar en masa: los fabricantes de coches.

Así comenzó una colaboración inédita entre el ejército y la industria automovilística. General Motors, Chrysler, Studebaker y Ford se unieron a la causa. Y cuando Ford vio cómo se ensamblaban los bombarderos B-24 de forma artesanal, su director de producción, Charles Sorensen, decidió que aquello debía cambiar por completo.

Willow Run: la fábrica del kilómetro y medio

En febrero de 1941, Ford firmó un contrato multimillonario con el ejército para construir no sólo los aviones, sino también la fábrica donde se harían. Así nació Willow Run, levantada sobre antiguas tierras agrícolas cerca de Ypsilanti (Míchigan, EEUU).

Con una inversión de 47 millones de dólares (una cifra que equivaldría hoy a unos 930 millones de dólares o aproximadamente 850 millones de euros), la planta cubría más de 440.000 metros cuadrados bajo un mismo techo, lo que la convirtió en la fábrica más grande del mundo en su época.

Su diseño en forma de “L”, con un giro de 90 grados, permitía mantener todo el complejo dentro del mismo condado, reduciendo los impuestos. Incluso tenía su propio aeródromo para probar los bombarderos recién salidos de la línea de montaje. 

La escala era tan inmensa que, según los cronistas de la época, recorrerla de un extremo a otro a pie podía llevar casi veinte minutos. Willow Run no solo cambió las dimensiones de la industria, sino también su manera de entender la producción.

Un bombardero cada hora: el método Ford aplicado al cielo

Al principio, nada funcionaba como se esperaba. Los planos del fabricante original, Consolidated Aircraft, eran casi inutilizables, y los ingenieros de Ford tuvieron que redibujar decenas de miles de piezas a mano. “Llegamos a elaborar más de ocho kilómetros de planos al día”, explicó Hotton en una conferencia en 2015.

La prensa comenzó a llamar a la planta “Will It Run?” (“¿Funcionará?”), dudando de que Ford pudiera lograrlo. Pero cuando el Congreso intervino para resolver los conflictos de gestión y entregó el control total de la planta a un único director, la magia de la producción en cadena se impuso.

En 1944, Willow Run alcanzó su récord: un bombardero B-24 completado cada 63 minutos. Ese año, la planta produjo 428 aviones en un sólo mes y casi 9.000 en total durante la guerra. Tal como afirmaba Hotton, “las operaciones de mecanizado que antes requerían 1.500 horas se hacían en solo 6,5 horas-hombre, con tolerancias de cinco milésimas de milímetro”.

El complejo industrial era casi una ciudad en sí misma: tenía su propio hospital, un campo recreativo y una flota de autobuses que trasladaba a los empleados desde y hacia Detroit. En su pico máximo, Willow Run empleó a 42.000 personas, aunque más tarde, cuando la eficiencia se disparó, bastaron 17.000 para mantener el ritmo de un avión por hora.

El fin de una era y el legado de la fábrica de Willow Run

El último B-24 salió de la línea de montaje el 28 de junio de 1945, pocas semanas antes del fin de la guerra. En total, Ford fabricó 8.865 bombarderos, casi tantos como todo Japón en 1944.

Tras la contienda, la planta fue vendida a otros fabricantes y años después pasó a manos de General Motors. En 2009 estuvo a punto de ser demolida tras la bancarrota de GM, pero el Yankee Air Museum logró salvar 13.400 metros cuadrados del edificio original. Hoy, ese espacio restaurado acoge el National Museum of Aviation and Technology at Historic Willow Run, un homenaje al milagro industrial que cambió el curso de la historia.

Como decía Hotton: “En uno de los momentos más oscuros de la historia americana, el país recurrió a Detroit para salvar al mundo. Willow Run no fue un campo de batalla, pero fue donde se ganó la guerra.” 

La fábrica demostró que el método correcto combinado con la velocidad adecuada también pueden ser un arma. Y en manos de Ford, su línea de montaje se convirtió en la más poderosa de todas.

Imágenes | Ken Smith Gallery, Betmann, WarfareHistory

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