Furiosos por la velocidad

Furiosos por la velocidad
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Tenía que llegar el día en que habláramos cara a cara tú y yo sobre la velocidad, y lo voy a hacer sin reparos. No quiero ponerme pesado con temas que te han contado mil y una veces, pero tampoco me gustaría que me quedaran cosas en el tintero. La velocidad, como factor de riesgo concurrente en la abrumadora mayoría de los siniestros viales, merece un poquito más de atención que la que se le dedica habitualmente en esos debates de taberna que llamamos telediarios, pero sin caer tampoco en el error de pensar que con chopocientos radares está arreglada la cosa.

A todas estas, si has llegado hasta aquí pensando que podría haber sido más directo, quizá lo que te pasa es que tienes un problema con la velocidad, que necesitas de la inmediatez como si te fuera la vida en ello y a lo mejor lo que tendrían que hacer contigo es retirarte el permiso de conducir.

Naaa, es broma. Pero como siempre que hablamos de velocidades nos liamos con los límites legales, las multas y todas esas cosas, hoy voy a darle un enfoque diferente a la cuestión (si no, no sería yo). ¿Vamos a ello?

Tú sabes de coches, verdad? Sistemas de seguridad activa, sistemas de seguridad pasiva... Sí, hombre, como tú y yo sabemos, la seguridad activa busca evitar la colisión a toda costa, mientras que la seguridad pasiva se encarga de reducir las consecuencias y los daños derivados del choque, ¿no es así?

Vale, pues ahora trasladamos todo eso al terreno de la velocidad.

La velocidad, analizada como seguridad activa y pasiva

A un nivel de seguridad activa, de actitud evitacional, podemos recordar que la velocidad es la relación que existe entre el espacio que recorremos y el tiempo que transcurre mientras lo hacemos. Bueno, en realidad eso es la velocidad media, pero tradicionalmente hablamos de velocidad media como sinónimo de velocidad, sin más. En cualquier caso, la idea es que cuanto más rápido vamos disponemos de menos tiempo para hacer frente a lo que se nos viene encima.

Velocidad

¿Y qué se nos viene encima? Pues… todo. Cuando vamos conduciendo, observamos nuestro entorno, seleccionamos la información que nos interesa y descartamos la que no, comparamos mentalmente esa información con nuestro bagaje, tomamos una decisión adecuada y la ejecutamos brillantemente. Y vuelta a empezar. Ese proceso debe realizarse en el menor tiempo posible, que tendrá que ser obligatoriamente más reducido cuanto mayor sea la velocidad a la que viajemos. Además, a mayor velocidad mayor fatiga, porque tenemos que hacer más tareas en menos tiempo, y eso cansa.

Vamos ahora a por la otra parte, la de la seguridad pasiva. Ya hemos sufrido un castañazo (lo siento, mira) y ahora queremos hacernos el menor daño posible. Mientras nuestro vehículo iba moviéndose, adquiría energía cinética, y esa energía estaba en relación directa con la masa del vehículo y con la velocidad a la que nos desplazábamos, multiplicada por sí misma. En una frenada esa energía se habría disipado con la ayuda de los frenos, pero en una colisión no hay tiempo para transformaciones suaves de energía. Conclusión: a mayor velocidad, mucho mayores los daños.

Energía cinética

Y ojo, que digo “mucho mayores”. No es cierto que al doble de velocidad se dupliquen los daños, sino que al doble de velocidad la energía cinética se habrá cuadruplicado por la relación cuadrática que existe con la velocidad. Si ya lo sabías, perfecto.

Sentada esta base, no voy a entrar si la tabla de velocidades es o no obsoleta. Seguro que tú me dices que sí, y lo voy a respetar porque no es mi guerra. Mira si no es mi guerra, que esta vez no voy a copiar ni un solo valor de la tabla de velocidades que vimos la semana pasada, y quien la quiera, la tiene completa en el BOE (artículos 45 a 52). Eso sí, lo que voy a hacer es dar cuatro apuntes:

Prever lo imprevisto

La seguridad vial es, en parte, la ciencia de prever lo imprevisto, y creer que uno puede manejar su vehículo a altas velocidades mientras no haya nadie alrededor (¿cuántas veces habré oído decir eso?) es suponer que esa condición se va a mantener así por siempre jamás (ni un coche mal puesto, ni un pinchazo, ni un ciervo que se cruce en el camino). Cuando uno crea sus propios límites en función de lo que ven sus ojos, este conductor depende únicamente de su propia percepción, creyendo a pies juntillas que lo que ve es lo que existe. Inocente…

Por otro lado, la distancia de seguridad es uno de los mayores problemas relacionados con el aumento de la velocidad. No sé por qué, pero a muchos conductores les cuesta horrores mantener una distancia de seguridad que garantice una frenada exenta de parte amistoso por alcance. Quizá un día de estos hablemos de este tema en profundidad por estos lares. En cualquier caso, a mayor velocidad, mayor necesidad de una mayor distancia entre vehículos. De cajón.

La disciplina de carril es otro de esos asuntos que me trae de cabeza cuando hablo de incrementar límites de velocidad. Y no sólo me ocurre a mí, también a los defensores de elevar los límites, que se acuerdan de los ancestros de media humanidad cada vez que encuentran a un vehículo circulando por la izquierda. Aunque no es ese el único problema que hay. Con cualquier cambio de carril mal planificado se ralentiza la velocidad global del tráfico, y al aumentar la velocidad media, peor aún.

Y la disparidad de velocidades quizá el el mayor inconveniente. Cuando circulamos por vías de alta capacidad, lo peligroso no es ya la velocidad en sí (siempre que se tengan en cuenta ese par de ecuaciones que veíamos antes) sino la disparidad de velocidades entre vehículos. Si la velocidad es homogénea, todo el flujo de vehículos circula sin mayores tensiones. Cuando las velocidades son dispares, aparecen los problemas. Y quizá el más gráfico de ellos sea el efecto acordeón.

Hace dos o tres millones de años, un tal Paco Costas resumía todo esto en una de esas frases que se me quedó en la mollera: “Si usted adelanta continuamente o ve que todo el mundo lo adelanta, es que no está yendo a una velocidad adecuada al tráfico”. Pues eso.

Hecha la trampa, hecha la Ley

Eterno debate sobre la velocidad

Entonces… los límites, ¿qué? ¿Se dejan, se suben, se bajan? Uno de los problemas más angustiosos de todo este tema es ver cómo se esgrimen los límites de velocidad como moneda de cambio. Moneda de cambio de la siniestralidad (”la velocidad mata“, llegaron a titular una campaña en el Servei Català de Trànsit), moneda de cambio del ahorro energético (¿te suena el 110gate?), y también moneda de cambio de las libertades personales (”¿y quién te ha dicho a ti que yo quiero que conduzcas por mí?“, pero en versión correcaminos). Ni mata, ni ahorra, ni es sinónimo de libertad. Es mucho más sencillo que todo eso si se plantea como lo que es: un factor de riesgo que hay que conocer.

Y de ahí pasamos a daños colaterales como los que señalábamos la pasada semana en comentarios. Resulta que yo fijo mi control de crucero a la velocidad genérica de la vía, pongamos por caso para ir de Girona a Vic por la C-25, pero la variabilidad de velocidades que me da la señalización, producto segurísimamente de criterios estandarizados para reducir al máximo los riesgos, me acaban llevando al manicomio si quiero hacer las cosas como es debido. 100, 80, 100, 80, 80, 100… joder, ¿ahora qué tocaba ponerle al chisme este?

Va a ser que la estupidez colectiva nos lleva a un juego del gato y el ratón en el que unos señalizan de menos, por si acaso, contando con que otros pasarán más ligeros de la cuenta, y los otros ven que las señales recortan hasta el absurdo y deciden hacer de su capa un sayo. Como el Stop que no debería serlo pero lo ponen para asegurarse de que la gente hará un Ceda el paso, ya que si pusieran un Ceda la gente pasaría por allí quemando rueda. Un sinsentido, a poco que uno tome perspectiva.

Y al final, lo que acaba pasando es que a la peña los límites se la traen al fresco. Una vez me entrevistaban en un programa de radio y el periodista me dijo en antena algo así como: “Yo es que las señales ni me las miro, y creo que en realidad nadie lo hace”. Cuando acabaron de darme oxígeno, entendí que estábamos ante un problema similar al de Pedro y el lobo. Tantas veces se le dice a la gente “cuidado con el lobo”, que… pues eso.

En este tema el desencuentro entre conductor y Administración es bastante palpable. ¿Es culpa del conductor, por creerse más listo que las instituciones, o es culpa de las instituciones, por haber creído que el conductor era tonto? Lo dicho: menos radares y más formación es lo que hace falta, y a partir de ahí podremos comenzar a hablar.

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