24 Horas de Le Mans, volvería allí cada año

24 Horas de Le Mans, volvería allí cada año
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Ah, Le Mans. Es de esas frases que se te ocurre decir solo porque el sitio es francés. Pero claro, una vez que vas allí a vivir las 24 Horas de Le Mans la frase tiene mucho sentido y con ella evocas lo que viviste durante los dos, tres o cuatro días (o una semana) que te has pasado por allí en un ambiente cargado de olores a goma quemada, motores, barbacoas y a veces, incluso, “alerón”.

Pero así son las carreras si no eres piloto, cada una tiene su aquél y todas deben envidiar a las 24 Horas de Le Mans porque tiene mucho, mucho que ver y que vivir. Para mi, explicando un poco resumidamente a quién me pregunta, el evento de Le Mans es un conjunto de ferias por las que discurre una carrera de 24 horas, la más legendaria y especial de todas. La gente acude en masa a este evento, llenan los camping que pueblan cada rincón del circuito, se gastan dinero en las tiendas, llenan los improvisados pubs desmontables, compran merchandising, fotografían todo lo que se mueve. Y mientras, 56 coches tratan de cruzar enteros la bandera de cuadros 24 horas después.


Esto es un poco un resumen de lo que viví allí, no va sobre la carrera ni sobre nada más en concreto que lo que uno ve cuando está en Le Mans. Reconozco que antes de viajar hacia Madrid previo paso de llegar a París, y de allí poner rumbo a Le Mans, estaba bastante nervioso. No es como ir a cualquier prueba, aunque se trate de un mundial de MotoGP o una carrera de Formula 1, sino que se trata de asistir a una prueba que ya es legendaria, a una pista por donde pasaron los mejores coches y los mejores pilotos, donde una vez un actor compitió e hizo un dignísimo papel (hablo de Paul Newman, segundo en 1979 a los mandos de un Porsche 935 y como compañero de Rolf Stommelen), donde se rodaron películas y donde se vivieron tragedias enormes y finales dramáticos.

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Las 24 Horas de Le Mans son para verlas, pero no seguidas, ni tan siquiera verás el 30% de la carrera. Se trata de ver, sentir, oír y vivir tres días (o más) de fiesta dedicada al motor, con los parking a rebosar de clásicos, deportivos, curiosidades y olor a gasolina, barbacoa y cerveza. Si, cerveza, muchas veces por el suelo, y una bebida que corre peligro en la región porque se vacían los supermercados cercanos para abastecer a la legión de visitantes, aficionados, espectadores y fiesteros que se dan cita en el circuito.

Recuerdos de aparcamientos, como el aparcamiento VIP de Aston Martin en donde no solo había Aston Martin si no Ferrari, Lotus (quizás el coche oficial de la prueba por la cantidad de Lotus Exige que vimos, un Lotus Evora, un Lotus Turbo Sprit impresionante…). Vimos Caterham, Maserati, Ford GT 40, Cadillac, McLaren F1, Jaguar E-Type,... un sin fin de clásicos y de cochazos. Caravanas de todos los tamaños y estilos, furgonetas tuneadas para parecer la del Equipo A, clubes de seguidores con las más estrafalarias de las pintas… Y en medio de todo eso, conectados mientras duraron las pilas a Radio Le Mans, que está 24 horas (claro) contando los incidentes de carrera. Yendo y viniendo del hospitality para ver la televisión del circuito y comprobar los tiempos, o bien saliendo para ir a ver la curva Dunlop, la primera chicane de Hunaudieres, el paddock, la chicane de entrada a meta, la recta principal desde la tribuna…

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En definitiva, falta tiempo, faltan manos y falta de todo para poder exprimir las 24 Horas de Le Mans en una sola vez. Hace falta volver, da igual que se vea toda o no, pero es el ambiente que se vive, lo espectacular de ver una salida que poco antes de comenzar, de llegar los coches, te ponía los pelos de punta mientras escuchabas “Así habló Zaratustra” (para los que no lo ubiquen, forma parte de la banda sonora de “2011: Odisea espacial”). Y luego viene la salida, la gente enloquece, el sonido es un estruendo, los coches se enfrentan a lo desconocido. Empezaron las 24 Horas. Es una experiencia única e inolvidable, y al menos ya he estado una vez en la vida, pero espero que no sea la última.

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